Capítulo 2

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April

Emily juega con los mellizos en su cuarto, ellos se ven muy alegres y cómodos con ella, me alivia qué así sea.

Su cabello brilla con los rayos anaranjados del sol que se cuelan por la ventana, su sonrisa ilumina el sitio lleno de juguetes coloridos y sus ojos celestes se hacen chiquitos a medida que ríe.

—¿April? —su suave voz me trae de vuelta y espabilo recargandome en el marco de la puerta —¿Me estás escuchando?

—Si, claro —le contesto. 

—Bien, entonces dime si los bebés tienen algún tipo de alergia o que alimentos no deberían comer, no quiero cometer ningún error que ponga en peligro a estos pequeñines en mi primer día. 

Me repite y niego rápidamente. 

—No, no tienen alergias aunque mi madre evita darles mariscos —le aclaro —y no demasiada azúcar, teme a que se hagan adictos y les de diabetes. 

Suelta una pequeña risa y por alguna razón me cohibo. 

—Entendido, nada de mariscos y poca azúcar. 

Le asiento algo nerviosa y no entiendo que me pasa, ni que fuera la primera niñera que viene a cuidar a mis hermanos. 

Bueno, en mi defensa las otras dos que tuvieron eran unas cincuentonas que se quedaron dormidas viendo televisión a plena tarde, por eso mi madre optó por una estudiante para que los cuide. 

—¿Y tienes mucha experiencia cuidando niños?

Me mira y detecto un tinte de culpa en su gesto de apretar sus labios conteniendo la sonrisa. 

—¿Si te confieso algo, no le dices a tu madre? —pregunta y mi cejo se frunce —es la primera vez que cuido niños, en mi currículo puse que tenía experiencia con varias familias, pero en realidad sólo saqué a pasear perros en las vacaciones de verano.  

No puedo evitar carcajearme. 

—Oye, no te burles —se queja divertida alzando a Tristán que enreda sus manos en su pecho y baja sin querer el borde de su vestido exponiendo un pronunciado escote alzado por un brasier negro. 

Madre mía... 

Mi mirada se ancla descaradamente allí y mis manos empiezan a picar con la solo idea de tocarla, sutilmente se lo acomoda. 

—Tengo que trabajar para poder pagar la universidad —continua espantando mis fantasías —este año me graduo y mis ahorros son escasos, la verdad. 

—¿Y tus padres no te piensan ayudar con eso?

La sonrisa que se dibujaba en su rostro se decae y puedo ver como se tensa mirando para todos lados.

—Mamá murió hace años y papá hace lo que puede... —comenta con repentina aflicción. 

—Lo siento, que imprudente fui. 

—Descuida, mejor voy a preparar el almuerzo a estos bebés. 

—Ah, yo ya me adelanté y puse a hervir unas verduras para una sopa —le digo.

—Genial, muchas gracias —pasa de largo con uno de los niños en brazos y a el otro lo toma de la mano. 

Su perfume de vainilla se cuela por mis fosas nasales obligándome a inhalar cuando pasa por mi lado para cruzar la puerta.  

—Que bien huele —suspiro como idiota. 

—Eh, gracias —responde confundida y allí me doy cuenta que pensé en voz alta, mierda. 

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora