Capítulo 4

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April.

No entiendo por qué sigo repasando una y otra vez la conversación con Emily. Es como si mi mente se resistiera a soltar cada palabra, cada sonrisa, cada risa compartida. Es tan graciosa y espontánea que no puedo evitar sonreír sola recordando sus ocurrencias. Pero hay algo más... algo que se enreda en mi pecho cada vez que pienso en ella.

No es solo su sentido del humor lo que me hace sentir así. Es ella. Su risa, su mirada, la forma en que su voz me envuelve.

—April, cariño, ¿recuerdas las reglas de la casa? —me reprende mi padre mientras trata de darle una cucharada de puré a uno de los mellizos que se niega a comer.

Sacudo la cabeza, volviendo al presente, pero no puedo evitar sonreír al pensar en Emily. Mi madre no tarda en notar mi distracción.

—Uy, ¿alguien importante de quien debamos saber? —pregunta, su tono insinuante acompañada de una mirada curiosa.

—Relájate, madre —digo, intentando sonar despreocupada mientras me cruzo de brazos—. Solo es una amiga, y ustedes ya la conocieron. Es Emily, la niñera de los mellizos.

—Oh, ya veo... —responde mi madre, alzando una ceja con picardía—. ¿No les pareció encantadora?

Mi corazón late un poco más rápido. "Encantadora" no empieza ni a describir lo que siento cuando estoy con ella. Pero, por supuesto, no puedo decirlo en voz alta.

—Encantadora, sí... —murmuro, intentando ocultar el rubor que me sube a las mejillas. Muevo un mechón de pelo detrás de mi oreja, tratando de parecer indiferente, pero la mirada de mi madre sigue clavada en mí. Ella siempre sabe más de lo que aparente.

—Es muy simpática —añado, quizás un poco demasiado rápido—. Además, los chicos la adoran.

Mi padre, aún concentrado en conseguir que el mellizo acepte una nueva cucharada de comida, alza la vista con una media sonrisa.

—Es bueno tener a alguien que se lleve bien con ellos. La última niñera no tuvo tanta suerte —comenta sin más, pero noto cómo mi madre sigue observándome, como si hubiera captado algo en mi tono.

—Simpática, encantadora... —repite mi madre en un tono pensativo, una sonrisa apenas visible en sus labios—. Parece que tú también las adoras.

La presión en mi pecho aumenta. No es como si pudiera ocultar lo que siento por mucho más tiempo, pero tampoco estoy preparado para soltarlo todo frente a ellos. Miro hacia otro lado, buscando una distracción mientras el silencio se alarga en

—Ya basta, madre —le digo al final, tratando de sonar firme—. Solo es una amiga.

—Como digas, April —murmura mientras se levanta de la mesa—. Solo una amiga.

Mi padre, ajeno a toda la tensión que flota entre nosotras, logra finalmente que el mellizo coma y suelta un suspiro de alivio.

—¡Victoria! —anuncia triunfante, y no puedo evitar soltar una risa. Mi madre también ríe, y el mellizo que está comiendo aplaude emocionado, provocando que su hermano lo imite.

El ambiente se llena de risas y pequeños aplausos, pero por dentro, mi mente sigue atrapada en ese eco persistente.

"Solo una amiga." Las palabras resuenan en mi mente, pero en mi corazón sé que son mentira.

Después del desayuno y el pequeño espectáculo de mi padre con los mellizos que se van al centro donde mama los dejará por el día, me retiro a mi habitación, buscando un respiro. No es que no disfrute del caos de mi familia, pero hay momentos en los que necesito silencio para ordenar mis pensamientos. Me recuesto en la cama, mirando el techo, sintiendo la misma inquietud que ha estado conmigo durante meses.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora