Un par de tragos

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Hace mucho tiempo que no veo a José , desde que nos graduamos y cada uno tomó un rumbo distinto en la vida. A veces siento una nostalgia profunda al recordar los momentos compartidos, las risas, las travesuras y las confidencias. Extraño su presencia y su compañía en la escuela, cuando juntos enfrentabamos desafíos y celebrábamos logros.
Pero entiendo que la vida nos lleve por caminos separados, a veces en direcciones opuestas. Ambos estamos buscando nuestro camino en el mundo, tratando de encontrar nuestro lugar en él.
A pesar de la distancia y el paso del tiempo, nunca olvido a José, a veces me pregunto cómo estará, qué estará haciendo y si todavía se acuerda de los recuerdos que compartimos juntos. Aunque nos hemos mantenido en contacto a través de mensajes de texto y llamadas esporádicas, siento que la distancia ha generado un vacío en mi vida.

Un día, mientras me encontraba en casa aburrida y pensando en el pasado, recibí un mensaje de José. Me sorprendí al ver su nombre parpadeando en la pantalla de mi teléfono. "¿Qué tal si vienes a visitarme este fin de semana? Extraño verte", decía el mensaje. Mi corazón dio un salto de emoción al leer esas palabras. No podía creer que finalmente tendría la oportunidad de reunirme con José después de tanto tiempo.

En un arranque de entusiasmo fui a pedirle permiso a mi mamá para ir a su casa a lo que ella accedió porque cada vez que escuchaba el nombre José era un de inmediato si, de alguna u otra manera José se ganó esa confianza de mi mamá que muy pocas personas logran obtener, ni a mi mejor amiga Laura le tiene tanta confianza y eso que tenemos seis años de amistad. Acordamos la hora en la que llegaría ese día y me fui a dormir.
Al otro día me desperté temprano, me apure, me cambié y me peiné, mientras me dirigía a su casa, una mezcla de emoción y nerviosismo se apoderó de mí. ¿Cómo sería reencontrarme con mi amigo después de tanto tiempo? ¿Habría cambiado mucho? ¿Seguiríamos siendo los mismos amigos de siempre?

Finalmente llegué a su casa y toqué la puerta con expectativa. Cuando la puerta se abrió, me encontré con la misma sonrisa cálida y acogedora que recordaba. Nos abrazamos con fuerza y una sensación de alegría me invadió.

—Hola Mich.

—Hola José.

—Pero por favor entra.

—Muchas gracias. — pasé la puerta y me encontré con la señora Miriam del otro lado.

—Hija, pasa por favor.

—Hola señora Míriam. — Me recibió con los brazos abiertos.

—Gracias por invitarme.

—Si hija, eres bienvenida.

—Mija de hecho también te invité para hablar contigo.

¿Hablar conmigo? ¿Qué tenía que hablar conmigo?

—Claro ¿De que quieres hablar?

Entré a su casa, me senté en la sala que estaba de lado izquierdo de la casa y lo observé.

—Mija yo sé que has estado pasando por una situación complicada por tu exámen y lo he pensado desde hace unos meses, pero no se había dado la oportunidad.

Bajé la mirada, a mi me daba pena hablar de ese tema porque yo sentía que era una vergüenza no pasar el examen, el no tener una escuela para mí era de lo más deprimente.
Él se dió cuenta de mi reacción así que se levantó, se sentó a mi lado y me abrazó.

—Quiero que entiendas Mich que esto que te estoy platicando no es para hacerte sentir mal, simplemente te quiero ayudar ¿De acuerdo?

Ví que su mamá iba bajando las escaleras y traía en las manos unos papeles, unas carpetas y unos engargolados, la ví acercándose a mí y estirando dichos papeles para que yo los tomara.

El chico de la sudadera AmarillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora