Después de una dolorosa ruptura, Leah y Emil toman caminos diferentes para rehacer sus vidas.
Él debe enfrentarse a los demonios que quieren dominarlo mientras trata de enterrar los sentimientos, pero un reencuentro con ella pondrá en peligro su re...
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Emil
Abro los ojos y los mantengo así, mirando hacia un punto en específico mientras trato de entender quién soy y dónde me encuentro. La claridad del día que se cuela por la ventana es un indicio de que la tarde ya está avanzada.
De pronto, los recuerdos de todo lo que Leah y yo hicimos me llenan la mente. Una sonrisa boba esbozan mis labios y extiendo la mano hacia donde se supone que debe estar acostada.
—¿Leah? —pregunto con la voz ronca.
Me siento y me froto los ojos, después la busco con la mirada. No hay rastros de ella.
Me paro de un salto, agarro un pantalón corto para cubrirme y camino hacia la sala. Todo está justo como lo dejé, como si no hubiese venido nadie conmigo anoche. Me pregunto si lo que sucedió fue real, pero sé que sí porque siento el cuerpo entumecido.
No sé cómo sentirme al respecto, si esto es algo malo o solo se tuvo que ir y no quiso despertarme.
Regreso a la habitación y miro la hora: las dos de la tarde. Dormí más de lo acostumbrado y me recrimino por esto porque quería verla.
Decido ordenar la casa y lavar los trastes. Después de que termino, tomo un largo baño, me visto y agarro el teléfono para llamar a Leah. La quiero invitar a comer.
Ignoro las diferentes notificaciones porque me he quedado sin aire ante un mensaje suyo:
[Lo de anoche no debió pasar, Emil. Lo siento].
Leo varias veces, intentando procesar por qué me escribió eso. ¿Ella se arrepiente de lo que hicimos?
El dolor que me produce su rechazo me hace soltar el teléfono y me cubro la cara con las manos temblorosas. Todo fue demasiado hermoso para ser real, ¿qué esperaba?
Estoy dividido, no sé si seguir insistiendo o desaparecerme otra vez. Lo de anoche fue mágico, la manera en que nos entregamos y las cosas que dijimos. Puedo jurar, sin temor a equivocarme, que ella sintió lo mismo que yo.
No le doy más vueltas al asunto, busco su nombre en el aparato y le marco.
La decepción me visita cuando sale el buzón de voz. La llamo de nuevo.
—H-Hola.
—¿Podemos hablar? —pregunto deprisa ante su tartamudeo.
—Emil, yo...
—Por favor, necesito que me escuches.
Suspira profundo.
—Está bien.
—Paso por ti en media hora.
No dejo que me conteste porque cuelgo la llamada.
Me quedo quieto mientras pienso en las cosas que le diré. Estoy acabado, y algo muy dentro de mí advierte que no lo haga. Leah tiene sus razones para alejarse y arrepentirse de haberse acostado conmigo.