Después de una dolorosa ruptura, Leah y Emil toman caminos diferentes para rehacer sus vidas.
Él debe enfrentarse a los demonios que quieren dominarlo mientras trata de enterrar los sentimientos, pero un reencuentro con ella pondrá en peligro su re...
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Emil
Probé el primer cigarro a los trece años inducido por mi padre. Había mencionado que eso me ayudaría con la ansiedad y me obligó a fumar junto a él. Vomité por el asco y porque no soportaba la nicotina, era demasiado fuerte para mí.
Me daba dos cigarrillos diarios y decía que era nuestro secreto, no podía contarle a nadie.
Al poco tiempo me fue gustando la sensación de alivio que me proporcionaban, Sebastian tenía razón en algo por primera vez. Mencionó que me estaba convirtiendo en un hombre de verdad, pues nunca aprobó mi amor por el arte y decía que ese oficio no era de «machos».
Cuando mi madre se dio cuenta de que fumaba, casi murió e inmediatamente me cambió de colegio. Ella pensaba que me dejaba influenciar, así que me inscribió en una escuela religiosa. Lo único bueno que obtuve de ahí fue que pude estudiar lo que me gustaba.
Los grados venían con especialidades y yo escogí la música. Aprender a tocar varios instrumentos me ayudó a sobrevivir en los momentos duros. Pasaba mucho tiempo solo en las aulas, aun cuando debía estar en el receso, porque no me gustaba socializar.
Pronto los profesores dieron la alerta a mi madre y concluyeron que debía visitar a un psicólogo. Me había negado, por supuesto, pero mamá no lo aceptó.
En las primeras visitas no hablé nada, ni siquiera di mi nombre, solo me quedé quieto con la cabeza hacia abajo. Así pasaron varias sesiones hasta que mi madre desistió y no volvió a llevarme.
A los quince ya era un fumador dependiente y empecé a tomar decisiones sobre mi físico. Me perforé partes del cuerpo y me hice varios tatuajes.
*** Hago silencio de repente y me concentro en la pared blanca con pequeñas mariposas de porcelana como adornos. Quiero descansar de mi mente, que se ha convertido en un revoltijo de memorias sin ningún orden.
La realidad es que me ha sorprendido todo lo que he podido hablar de mi infancia, cosas que no sabía que recordaría.
El carraspeo de Ada provoca que pose mi mirada sobre ella. Sus ojos celestes me observan con dulzura y, si no me equivoco, satisfacción.
—Vamos a dejarlo hasta aquí hoy, Emilian, pero quiero que para la próxima visita me hables de la niñez de tu papá.
—¿Cómo...?
—Me gustaría saber sobre tus abuelos, cómo fue criado Sebastian.
Asiento en comprensión antes de levantarme para despedirme.
—No sé mucho sobre su vida, Ada.
—Lo mínimo será importante, si puedes manejarlo.
—Lo haré —aseguro mientras camino hacia la salida.
La noche está fresca y aún es temprano. Me subo en la camioneta, pero me quedo quieto dándole vueltas a todo lo que le dije a Ada. Recargo la cabeza del volante y cierro los ojos ante la opresión que siento en el pecho.