Después de una dolorosa ruptura, Leah y Emil toman caminos diferentes para rehacer sus vidas.
Él debe enfrentarse a los demonios que quieren dominarlo mientras trata de enterrar los sentimientos, pero un reencuentro con ella pondrá en peligro su re...
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Leah
Emil abre la puerta para que pase, entro y me paralizo cuando vislumbro a la señora Mireya. Ella se levanta del sofá y pone sus ojos sobre mí. Me intimida la manera en que me está observando, es obvio que le desagrada mi presencia.
—Hola —saludo, pero no me corresponde.
—Ma, Leah se quedará aquí.
Ella no contesta, solo asiente y se retira a la habitación.
—Quizás esto sea una mala idea —digo bajito por culpa de la tensión asfixiante que percibo en el ambiente.
—No, mamá ya se va.
Justo cuando termina de hablar, Mireya regresa con varios bolsas.
—Mañana te llamaré, Emilian —dice antes de marcharse.
Me quedo paralizada en el mismo lugar por la vergüenza que siento. Ella me detesta.
—Ponte cómoda, cariño, iré a organizar tus cosas en el cuarto.
Él desaparece con las maletas y yo me encamino hacia el balcón. El piso está mojado a causa de la lluvia que aún no cesa. No hay estrellas, pero la vista es hermosa porque vislumbro parte de la ciudad iluminada.
Me toco el estómago con suavidad, es increíble lo mucho que mi vida ha cambiado y lo seguirá haciendo. No tengo idea de cómo ser una madre ni qué medidas tomaré para quitarme a Joan de encima.
Él está convencido de que es el padre de mi bebé. No valió que le recordara que las dos veces que estuvimos juntos usamos protección y que las fechas no concuerdan.
Solito se ha montado una película completa donde yo soy una infiel que lo quiere alejar de su hijo y Emil es un delincuente.
Me giro cuando percibo el aroma a detergente y veo a mi novio limpiando el piso de la sala. Tiene el torso descubierto, un pantalón corto y está descalzo. Me río por lo gracioso que luce tarareando una canción mientras se mueve de un lado a otro.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto al tiempo que doy pasos hacia él.
—No sigas, Leah, me vas a ensuciar el piso.
Le hago caso con una sonrisa boba en los labios.
—Es tarde para esto.
—Quiero que te sientas bien —responde—. Ve a la habitación, ya está totalmente aseada. Como te gusta.
Deseo abrazarlo, pero eso sería arruinar lo que ya limpió, así que me dirijo al cuarto.
Me sorprende lo ordenado que está hasta el mínimo rincón y noto que cambió las sábanas y mantas. El aroma fresco me hace suspirar, siento como si estuviera en mi casa.
Reviso el armario, dándome cuenta de que me hizo un espacio y organizó la ropa que traje.
Saco un pijama y me lo pongo, después me acomodo en la cama con la laptop sobre las piernas. La cantidad de correos de trabajo son infinitos, además de los mensajes en el celular.