CAPITULO TREINTA

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Nikolay.

Le doy uno, dos, tres y cuatro latigazos. La espalda le hierve en sangre. Continúo. Cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez.

—¡No más por favor! —grita la americana.

Se encoge en su puesto y le doy un latigazo más fuerte, disfrutando los gritos y el sonido del látigo en su piel.

—Llevatela, que la curen y la pongan decente —tiro el látigo al suelo, ordenandole a uno de mis hombres.

—Si, señor.

—No es mi culpa que te parezca a la puta de Lisa Coppola.

Subo las escaleras del sótano con las manos salpicadas de sangre y talladas por apretar el látigo.

He estado capturando a todas y cada una de las mujeres que tengan un parecido semejante al de la perra esa. Estoy practicando cómo la voy a torturar, humillar y hacer su vida una miseria, porque ella es la culpable de la muerte de mi hermana y mi sobrino. Aún tengo ese recuerdo de ellos. El hijo de perra de Eros me envió fotografías de ellos. Cuando llegué a la mansión los cuerpos ya estaban hecho cenizas. Los quemó.

El hijo de perra los quemó, tuve que hacerle un funeral a unas cenizas, unas malditas cenizas. Para Eros también le tengo una. Voy a torturar a lo único que le queda. Su padrino, Piero. Voy a hacer de la vida de Eros un infierno, él estará en primera fila observando como torturaré a su querido padrino hasta que muera de dolor o obligue al mismo Eros a que lo mate. No sé cuál de las dos ideas tomar.

Juro que mataré a Eros así yo muera después. Es un hijo de puta. Un puto traidor. Se suponía que íbamos a seguir el plan, pero no. Se metió el plan por el culo, echo todo a la basura solo por una puta. No se que mierdas le metió Lisa a la cabeza, pero logro arruinar nuestro plan. Meses. Muchos meses de preparación. ¡Maldito hijo de puta!

El plan con Eros era hacerle creer a los Coppola que él me iba a traicionar. Lombardi debía ganarse la confianza de ellos y en cuanto tuviera la oportunidad matarlos a todos. Así yo tomaría las mafias de los italianos y me posicionaría como el líder de La Pirámide. Incluso, los putos japoneses de Triada estaban de acuerdo. Ellos y mis hombres ayudarían a poner todo en orden en cuanto los Coppola estuvieran muertos. Pero jamás conté con que Eros se enamorara de esa perra hija de Taddeo Coppola.

Llego al segundo piso de la casa, dónde me abren la puerta de la enfermería.

—¡Krestniy Otets entra en la habitación! —vociferan mi apodo. «Buen padre».

Me acerco al doctor.

—¿Cómo va ella? —Le señalo la mujer que se encuentra frente a una caja de cristal donde no puede ver hacia afuera.

La mujer está sentada en la cama mirando todo con curiosidad y muy aterrada.

—Bien.

—¿Bien?

—Si, no recuerda nada. El procedimiento fue todo un éxito.

La comisura de mis labios se curva, esas si son buenas noticias. Sonrío de boca abierta, acercándome a la caja. Abren la prisión.

La rubia me observa con sus ojos saltones y asustadizos. Da dos pasos hacia atrás sin perderme de vista.

—Tranquila, cariño. —Levanto mis manos, para que vea que no la voy a lastimar.

—¿Quien eres?

—Soy Nikolay, tu esposo.

Frunce el ceño y se revisa la mano izquierda donde no hay un anillo.

—No hay anillo. ¡¿Quien eres?!

Doy un paso hacia el frente y ella retrocede cuatro.

—¡Aléjate!

—Todo está bien. Soy yo, tu marido. Soy Nikolay...

—No tengo un anillo, estás mintiendo. Y si fueses mi esposo te recordaría.

—No, no lo hago.

—¡Enséñame el tuyo, al menos!

Le enseño el anillo de oro que reluce en mi blanca y delgada mano.

—Tengo el tuyo guardado.

No dice nada, pero me mira con desconfianza.

—Cariño, tómalo, se te cayó después de tu accidente.

—¿Accidente?

—Si. —Le extiendo el anillo y ella lo revisa por todo lado.

Lee las iniciales D.V

—¿Como me llamo? —Pregunta poniéndose el anillo—. ¿Darla? ¿Damaris? ¿Dorsi?

¿Quien se llamaría Dorsi? 

—No, no. —Menea la cabeza, echándose para atrás.

El doctor se hace a mi lado, enseñándome el informe médico.

—¡¿Cómo me llamo, Nikolay?! —Exige una respuesta.

—Dayana Volkova.

—Supongo que él apellido es tuyo...

—Efectivamente.

—¿Por qué estoy encerrada? —inquiere mirando las paredes de cristal.

—Cariño, era porque... —Mierda que digo.

—Por tu seguridad —entra el doctor.

—¿Ah sí? ¿Y por qué?

Este es el momento perfecto. Por fin, el doctor de mierda sirve para algo. Se salvó de su muerte, temporalmente.

—Porque tienes una enemiga muy peligrosa, ella fue quien te provocó la perdida de memoria por el accidente. Fue ella.

—¿Quien?

—Lisa Coppola.

Le hago un ceño al doctor para que la examine. Necesito que no la recuerde, para yo crearle una nueva versión. Lisa no pelearía con su mejor amiga. La quiere, así que se arrodillará a mis pies, pidiéndome piedad por Dayana.

Dayana me mira con desconfianza, pero no dice ni pregunta nada.

—Mi esposa ya puede salir, ¿verdad? —le hablo al doctor en un tono muy distinto al mio.

—Si, señor.

—Iremos a cenar, cariño.

—Ok... —Responde dudosa.

—Te contaré todo, te ayudaré a recordar, ¿te parece? —intento negociar.

—Si.

—Bien, pues vayámonos, muero de hambre.

Sonrío para mis adentros cuando la veo dejarse llevar. Será tan fácil manipularla. Le rodeo la cintura con mi brazo, atrayendola a mi. Se tensa a mi tacto, pero unos segundos más tarde se relaja.

—Quiero saber porque la tal Eliza Cupula esa me odia tanto —murmura Dayana.

—Lisa Coppola —la corrijo—. Y claro que si, cariño. Todo te lo contaré.

Sonrío en mi interior. Esto será más fácil de lo que creí. 

Eros podrá ser un traidor, pero nunca negaré lo inteligente que es. Sin embargo, tendré que cambiar un poco la jugada.

Nota de autora:

Hi, sunshines. Capítulo corto, pero importante. Así que sin decir más, dejo esto por aquí y me voy...

Dinastía Lombardi [Bosses #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora