CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

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Un consigliere.

Lisa.

Estoy empezando a creer que Eros finge ser psicópata. ¿Cómo es que puede ser tan cursi? Que me vomito.

Me muerdo la mejilla intentando contener la carcajada.

El restaurante es uno de los más lujosos de la ciudad. Todos lucen trajes, vestidos y tacones, collares con perlas y diamantes y obviamente, nosotros no somos la excepción.

Acaricio el dije del collar que Eros me acaba de regalar. Mentiría si digo que no se me retorció algo dentro de mi pecho cuando se inclinó hacia mí desde atrás y me abrochó el collar. ¿La peor parte? ¡Cargo una maldita E en mi cuello! Y claro que la E no significa E de «Enfermedad».

Técnicamente me marcó como una maldita vaca. Y en lugar de enojarme me pone más caliente de lo que he estado durante toda la tarde y parte de la noche.

Eros bebe de su copa mientras que yo tomo gaseosa. La de aquí no es muy buena. Extraño la manzana, la colombiana, naranja, uva. Tal vez en estos días me vaya a Colombia a pasar una semana rodeada de otra cosa que no sea italianos y turistas por doquier.

Aún no se me ha olvidado que él iba a decirme a donde carajo fué. ¡Me dejó sola!

—Deja de mirarme así, flaca —pide desabotonando su saco.

Un mesero aparece con nuestro pedido y la boca se me hace agua. Me encanta la comida grasosa, todo lo que tenga que ver con frituras, me fascina. Y es una de las razones por las cuales a veces me meto en la cocina cuando Lucía cocina, especialmente con los frijoles. Le robo un par de chicharrones crujientes; deliciosos.

Eros recibe su plato de Risotto, emocionado. No oculto mi cara de desagrado. Una vez probé el dichoso plato… Fatal.

—No me mires así. Está riquísimo.

—Si para ti eso sabe rico... Debería poner en duda tu gusto.

—Tu. Me fascinas tú. —Se inclina hacia delante tomando mi collar, llevándome con él—. Me encanta tu sabor, tu olor. Cada pequeña parte de ti. —Me agarra del cuello como el maldito posesivo que es—. Y Créeme que nada ni nadie va a evitar que siga metido en tí.

—¿De qué forma? —me burlo, ladeando mi sonrisa.

—Ambas.

Vuelve a su puesto y luego de beber un poco de vino, se dedica a comer su tan preciado Risotto como si nada. Mientras yo lo observo, con la entrepierna caliente. Hecho mi cabeza hacia atrás gimiendo en voz baja. Juro que lo haré pagar. Una idea surge y me muerdo el labio conteniendo una risotada.

La cena continúa con ambos comiendo en silencio, nos echamos unas cuantas miradas y poco más.

—¿A dónde fuiste? —Me lamento casi de inmediato. Ahora me veré necesitada y como una loca obsesiva.

Se limpia las comisuras de sus labios con la servilleta y vuelve a mi. Sin embargo, ya no veo la diversión en su rostro y… me preocupo.

—Zeus —dice—. Él perdió su mierda y honestamente, sigo sin saber por qué. Yo solo lo ayudé a que rejunte todo. Es mi obligación.

Lo observo en silencio.

Tengo entendido que la relación de Eros y Zeus es algo serio. Son cercanos y se protegen de una forma más poderosa que un escolta y su jefe.

—Zeus cuando era niño sufrió abusos por parte de su madre —cuenta—. Lo rompió. Rompió su humanidad, manchó su niñez con golpes y manipulaciones. Destrozó al pequeño Thomas y convirtiéndolo en Zeus; un hombre letal. Cuando algún hombre entra a mi organización pasa por evaluaciones físicas y psicológicas. Yo personalmente estoy ahí con el hombre cuando dan los resultados… —hace una pausa—. Thomas Larsen fue diagnosticado con Sociopatía.

Dinastía Lombardi [Bosses #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora