CAPÍTULO CUATRO

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"¿Quien carajos es El Anticristo?"

 

12 de diciembre, Nueva York.

Lisa.

El horrible y ruidoso Nueva York. ¿Por qué a los latinos les llama tanto la atención este ruido y este trozo de tierra con muchísima gente? Aunque, bueno, no puedo juzgar tanto, porque los hombres son guapos, pero meh, no es algo que me mate.

Hace un par de horas llegamos a la ciudad, me reuní con mi clan, salimos con Elliot a comer a un restaurante colombiano y dimos un paseo por Brooklyn. La noche cayó y con ella, la temperatura. Estamos a dos grados, esto es una maldita nevera. Enciendo la calefacción del auto. Cuando ando sola con Elliot me gusta ir de copiloto, así podemos conversar de una forma más abierta y cómoda.

Nuestra amistad se basa en apoyarnos y guardar secretos que jamás pueden ser revelados, especialmente, a mi papá.

Justo ahora nos dirigimos al puerto, dónde está el dichoso General y los hombres de mi padre y, por ende, también míos. Al ser la sottocapo tengo mucho poder sobre la gente que se alía con él.

—Debemos volver rápido, no aguanto el frío —murmuro, acariciándome los muslos.

—¡Para que traes esos atuendos!

—Yo puedo estar helandome, pero jamás, ¡óyeme bien! Jamás voy a perder el caché.

Suelta una carcajada.

Atravesamos la reja —ya abierta— del puerto. Tres minutos más tarde, nos estacionamos a un metro de la disputa entre D'Amico y el General.

El Italiano se pellizca el puente de la nariz, da dos pasos hacia el soldado enfrentándolo. Por como su cuerpo se comporta, me dice que está a nada de romperle el culo al soldado. Bien, si no bajo ya mismo, acaban matandose este par.

—¡Que quejas del frío y saldrás así! —me regaña Elliot.

—Es parte del plan.

—¿Plan? Que tiene que ver el vestido.

—Es un hombre y ellos solo piensan con la cabeza de abajo si de mujeres se trata. —Me bajo de la camioneta.

Mis tacones de punta de aguja resuenan en cuanto pongo un pie fuera de la camioneta. Los hombres detienen la pelea y se giran hacia mi. Ambos me devoran con la mirada y no es algo que me extrañe, no es primera vez que D'Amico lo haría. A él lo manejo con un dedo y esta noche haré lo mismo con El general que está muy bueno.

Los reparo de abajo hacia arriba. El soldado mide casi dos metros por lo que me toca levantar la cabeza.

—Buenas noches, caballeros —les hablo en inglés.

El general da tres pasos largos hacia mi.

—Buenas noches, señorita. ¿Que se le ofrece?

Lo miro por tercera vez.

—Nada por el momento. Oh bueno, si —sonrío—. Vera, mi general, tengo un problema muy grande. Demasiado grande —le hablo mas lento, más bajo. Me acerco más a él, acariciando el cuello de su chaqueta militar.

El hombre se pone rígido cuando le rozo la barbilla con mi dedo índice, intento no reírme. Miro su solapa. Hiddleston.

—¿Que sería eso? —exhala.

—Mis amigos necesitan un permiso especial y ese permiso puede darlo usted.

Otro paso más hacia él, quedando pecho con pecho. Un pie mío está en el medio de los suyos. Sigue con la misma postura que hace un par de minutos. Lo miro a los ojos, lamiendo mis labios lentamente. Su mirada baja a mi boca y cuando parpadeo lento vuelve su mirada a mis ojos. Deslizo mi dedo desde su sien a sus labios sin romper el contacto visual. Sus ojos azules se vuelven más oscuros y mi entrepierna palpita cuando siento su mano enrollarse en mi cintura de forma posesiva, estrellandome a su cuerpo. Le echo la culpa a la falta de sexo.

Dinastía Lombardi [Bosses #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora