Prólogo

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VALHALLA: TERRITORIOS AL NORTE DEL PALACIO DEL OLIMPO

La caballería de los ejércitos de Gaia, siguiendo las órdenes de su general, se lanzó al ataque a galope tendido. Ares, el dios romano, observó la carga y ordenó que la infantería ligera de primera línea se preparara para arrojar sus jabalinas, pero la caballería de los gigantes empezó a acelerar en su avance hasta transformar su carga ofensiva en un auténtico estruendo con miles de criaturas vagamente similares a caballos haciendo volar sus pezuñas sobre la tierra de aquel valle. Los centuriones de la infantería ligera olímpica gritaron sus órdenes.

—¡Esperen a la señal! ¡No lancen jabalinas hasta la señal! ¡Tenemos que esperar hasta que estén a nuestro alcance!

Pero la caballería monstruosa avanzaba a tanta velocidad que, cuando los centuriones dieron la orden de arrojar las jabalinas, todo pareció ocurrir al mismo tiempo. Los ángeles guardianes lanzaron sus afiladas armas y algunas de éstas alcanzaron sus objetivos, cayendo derribados decenas de jinetes monstruosos, pero todos los que no habían sido abatidos alcanzaron la formación olímpica y arremetieron contra las líneas de ángeles arrasando todo a su paso.

Primero embistieron a los legionarios de la primera fila ensartando a muchos con sus lanzas alargadas, aplastándolos bajo el peso de sus bestias de carga, rompiendo sus cuerpos al estrujar sus armaduras como si de viejas latas se tratase e inclusive devorándolos aun vivos, triturándolos con sus colmillos. Acto seguido, cogieron las lanzas que aún les quedaban, incluso aquellas partidas, y las arrojaron contra los enemigos que huían, desenfundando las espadas antes de salir en persecución.

La caballería olímpica avanzó dejando espacios para que los legionarios de la infantería pudieran replegarse tras ellos. Y así lo hicieron a toda velocidad, claro está, los que pudieron salvarse de la sangrienta masacre que la caballería de la protogenos había hecho entre sus filas.

Las dos caballerías se enfrentaron sin espacio para cargar la una contra la otra. Toda la primera línea de batalla se transformó en un inmenso desorden de miles de monstruos, caballos y ángeles, donde el nerviosismo de las bestias hacía cada vez más difícil que los jinetes pudieran o bien defenderse de los golpes del contrario o bien ser precisos en sus estocadas. Tanto los jinetes de un bando como de otro terminaban por desmontar para seguir la lucha cuerpo a cuerpo ya sea desde tierra parados sobre sus pies, o extendiendo sus alas y montando el vuelo para enfrentarse en las alturas.

Los jinetes olímpicos se veían entonces reforzados por el regreso de la infantería superviviente a la carga inicial de Gaia, que ahora se reagrupaba junto a los jinetes olímpicos para entre todos luchar cuerpo a cuerpo, metro a metro, contra los gigantes.

Ares combatía en el centro de ese tumulto de hombres y bestias. Su hijo observaba desde la retaguardia los acontecimientos. El dios Deimos, con su destacamento de caballería junto a otros tres grupos de jinetes de similar número que el dios de la guerra había ordenado que quedaran retrasados como tropas de refresco, vislumbraba también en la distancia al general de la protogenos, subido sobre un drakon, rodeado de un nutrido contingente de caballería que le salvaguardaba en todo momento, actuando a modo de lictores de aquel general enemigo. Pero lo peor, pensó Deimos, estaba por venir, pues el general gigante disponía aún de dos inmensos contingentes de refuerzo a ambos extremos de su formación inicial. Se trataba de sendos regimientos de guerreros gigantes: monstruos de largos cuerpos de proporciones irregulares, protuberancias y pinchos saliéndoles de la cabeza y las articulaciones. Todos poseían colmillos afilados cual espadas, pero mientras que algunos tenían media docena de ojos repartidos por el cráneo, otros sólo poseían uno en el interior de sus fauces. Los había más pequeños, armados con arcos, que sobrevolaban el campo con grandes alas emplumadas, como si ángeles de la muerte se tratasen. Y luego estaban otros aún grandes, cuyos rostros eran adornados por extraños mandalas.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora