ANNABETH LVIII

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Después de caer al Infierno, saltar casi cien metros hasta la Mansión de la Noche debería haber sido rápido.

En cambio, el corazón de Annabeth parecía ralentizado. Entre un latido y otro, tuvo tiempo de sobra para escribir su propio obituario.

"Annabeth Chase, fallecida a los diecisiete años".

POM, POM.

(Suponiendo que su cumpleaños, el 12 de julio, hubiera pasado mientras estaba en el Helheim, aunque sinceramente no tenía ni idea).

POM, POM.

"Fallecida a causa de múltiples heridas sufridas al saltar como una idiota al abismo del Caos y despachurrarse en el suelo del vestíbulo de la mansión de Nix".

POM, POM.

"Deja a su padre, su madrastra y dos hermanastros que apenas la conocen".

POM, POM.

"En lugar de flores, por favor, envíen donativos al Campamento Mestizo, suponiendo que Gaia no lo haya destruido ya".

Sus pies tocaron suelo firme. El dolor le recorrió las piernas, pero avanzó dando traspiés y echó a correr, arrastrando a Percy detrás de ella.

Encima de ellos, en la oscuridad, Nix y sus hijos se peleaban y gritaban:

—¡Ya los tengo!

—¡Mi pie!

—¡Basta ya!

Annabeth siguió corriendo. No podía ver de todas formas, así que cerró los ojos. Empleó sus otros sentidos: permaneciendo atenta por si oía el eco de algún espacio abierto, tanteando para percibir corrientes, oliendo en busca del más mínimo aroma de peligro (humo, veneno o hedor de demonio).

No era la primera vez que se arrojaba a la oscuridad. Se imaginó que estaba otra vez en los túneles subterráneos de Roma, buscando la Atenea Partenos. Visto en retrospectiva, su viaje a la caverna de Aracne parecía una excursión a Disneylandia.

Los sonidos de los hijos de Nix se alejaron. Era una buena señal. Percy seguía corriendo a su lado, tomándole la mano. Eso también era bueno.

Delante de ellos, a lo lejos, Annabeth empezó a oír un sonido palpitante, como si los latidos de su corazón resonaran amplificados hasta tal punto que el suelo vibraba bajo sus pies. El sonido le infundió terror, de modo que dedujo que debía de ser el camino a seguir. Corrió hacia él.

A medida que los latidos aumentaban de volumen, empezó a percibir olor a humo y oyó un crepitar de antorchas a derecha e izquierda. Supuso que habría luz, pero una sensación reptante alrededor de su cuello le advirtió que cometería un error abriendo los ojos.

—No mires—le dijo a Percy.

—No tenía pensado hacerlo—contestó él—. Lo notas, ¿verdad? Seguimos en la Mansión de la Noche. No quiero verlo.

"Chico listo"—pensó Annabeth. Solía tomarle el pelo a Percy por ser tonto, pero en verdad su instinto siempre daba en el clavo.

Fueran cuales fuesen los horrores que aguardaban en la Mansión de la Noche, no estaban concebidos para los ojos de los mortales. Verlos sería peor que mirar la cara de Medusa. Era preferible correr a oscuras.

Los latidos aumentaron, y las vibraciones recorrieron la espalda de Annabeth. Era como si alguien estuviera dando golpes en el fondo del mundo, exigiendo que le dejaran pasar. Notó que las paredes se abrían a cada lado. El aire tenía un olor más fresco... o, como mínimo, no tan sulfuroso. Se oía otro sonido, más próximo que las profundas palpitaciones... un sonido de agua corriente.

A Annabeth se le aceleró el corazón. Sabía que la salida estaba cerca. Si conseguían salir de la Mansión de la Noche, tal vez pudieran dejar atrás al grupo de demonios.

Empezó a correr más rápido, y habría acabado muerta si Percy no la hubiera detenido.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora