JASON LXIV

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Encontraron a Leo en lo alto de las fortificaciones de la ciudad. Estaba sentado en la terraza de un café con vistas al mar, bebiendo una taza de café y vestido con... Caramba. Era como volver atrás en el tiempo. El conjunto de Leo era idéntico al que llevaba el día que había llegado al Campamento Mestizo: unos vaqueros, una camiseta blanca y una vieja chaqueta militar. Sólo que esa chaqueta se había quemado hacía meses.

Piper lo abrazó y estuvo a punto de tirarlo de la silla.

—¡Leo! Dioses, ¿dónde has estado?

—¡Valdez!—el entrenador Hedge sonrió. A continuación pareció recordar que tenía una reputación que mantener y frunció el entrecejo—. ¡Como vuelvas a desaparecer, gamberrete, te daré una buena tunda!

Frank dio una palmada tan fuerte a Leo en la espalda que el chico hizo una mueca. Hasta Nico le dio un apretón de manos.

Hazel besó a Leo en la mejilla.

—¡Creíamos que habías muerto!

Leo esbozó una sonrisa.

—Hola, chicos. Qué va, estoy bien.

Jason sabía que no estaba bien. Leo evitaba mirarlo a los ojos. Tenía las manos totalmente quietas sobre la mesa. Leo nunca tenía las manos quietas. Todo su nerviosismo había desaparecido, sustituido por una especie de tristeza pensativa.

Jason se preguntaba por qué su expresión le resultaba familiar. Entonces se dio cuenta de que Nico di Angelo tenía el mismo aspecto después de enfrentarse a Cupido en las ruinas de Salona.

Leo estaba desconsolado.

Mientras los demás tomaban sillas de las mesas cercanas, Jason se inclinó y apretó los hombros de su amigo.

—Eh, amigo, ¿qué ha pasado?—preguntó.

Leo recorrió al grupo con la mirada. El mensaje estaba claro: "Aquí, no. Delante de todos, no".

—He estado en una isla desierta—dijo Leo—. Es una larga historia. ¿Qué tal vosotros, chicos? ¿Qué pasó con Quíone?

El entrenador Hedge resopló.

—¿Que qué pasó? ¡Piper! ¡Esa chica tiene aptitudes, te lo aseguro!

—Entrenador...—protestó Piper.

Hedge empezó a relatar la historia, pero según su versión Piper era una asesina experta en kung fu y había muchos más Boréadas.

Mientras el entrenador hablaba, Jason observó a Leo con preocupación. El café tenía una vista perfecta del puerto. Leo debía de haber visto llegar el Argo II. Sin embargo, se había quedado allí bebiendo café—que ni siquiera le gustaba—esperando a que ellos lo encontraran. Era un comportamiento totalmente impropio de Leo. El barco era lo más importante de su vida. Al ver que venía a rescatarlo, Leo debería haber bajado corriendo al puerto, gritando a pleno pulmón.

El entrenador Hedge estaba explicando cómo Piper había vencido a Quíone dándole una patada giratoria cuando Piper lo interrumpió.

—¡Entrenador!—dijo—. No fue así. Yo no podría haberlo hecho sin Festo.

Leo arqueó las cejas.

—Pero Festo estaba desactivado.

—Ejem, respecto a eso...—dijo Piper—. Yo lo desperté... más o menos.

Piper explicó su versión de los hechos y narró cómo había reiniciado al dragón metálico empleando su poder de persuasión.

Leo empezó a tamborilear con los dedos sobre la mesa, como si estuviera recuperando parte de su antigua energía.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora