PERCY XXXI

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Percy se sintió aliviado cuando las abuelas diabólicas entraron a matar.

Sí, estaba aterrado. No le gustaban las probabilidades de éxito que arrojaba un enfrentamiento entre ellos tres y varias docenas de enemigas. Pero por lo menos entendía de lucha. Había estado volviéndose loco vagando por los caminos y esperando a que le atacasen.

Además, él y Annabeth habían luchado codo con codo muchas veces. Y ahora tenían a un dios de su parte.

—Atrás.

Percy trató de acuchillar a la bruja arrugada más cercana con Contracorriente, pero ella se limitó a reírse burlonamente.

"Somos las arai"—dijo la extraña voz en off, como si el bosque entero estuviera hablando—. "No podéis destruirnos".

Annabeth se pegó al hombro de Percy.

—No las toques—advirtió—. Son los espíritus de las maldiciones.

Maldiciones—repitió Adamantino—. Sí, sé una o dos cosas sobre ellas.

Describió un amplio arco con su guadaña y obligó a los espíritus a retroceder, pero volvieron a acercarse como la tormenta.

"Servimos a los resentidos y a los vencidos"—dijeron las arai—. "Servimos a los caídos que suplicaron venganza con su último aliento. Tenemos muchas maldiciones que compartir con vosotros".

El agua de fuego que Percy tenía en el estómago empezó a subirle por la garganta.

—Silencio—ordenó—. No se atrevan a ponerme un dedo encima, inútiles parásitos.

La demonio más cercana se abalanzó sobre él. Sus garras se extendieron como huesudas navajas automáticas. Percy la partió en dos y su cuerpo se desintegró en el aire. Al instante, los lados del pecho le ardieron de dolor. Retrocedió tambaleándose y llevándose la mano a la caja torácica. Cuando apartó los dedos los tenía húmedos y rojos.

—¡Estás sangrando, Percy!—gritó Annabeth, algo bastante evidente para él a esas alturas—. Oh, dioses, por los dos lados.

Era cierto. Los bordes izquierdo y derecho de su andrajosa camiseta estaban pegajosos de la sangre, como si una jabalina lo hubiera atravesado.

O una lanza...

Las náuseas estuvieron a punto de derribarlo. "Venganza". "Una maldición de los caídos".

Se remontó a un enfrentamiento que había tenido lugar en Texas hacía dos años: una pelea con un ganadero monstruoso al que sólo se podía matar si cada uno de sus tres cuerpos era atravesado al mismo tiempo.

—Gerión...—comprendió Percy—. Así es como lo maté...

Los espíritus enseñaron sus colmillos. Otras arai saltaron de los árboles negros, agitando sus alas curtidas.

"Sí"—convinieron ellas—. "Experimenta el dolor que infligiste a Gerión. Eres el blanco de muchas maldiciones, Perseus Jackson. ¿Cuál de ellas te matará? ¡Elige o te haremos trizas!"

Logró mantenerse en pie. La sangre dejó de extenderse, pero todavía se sentía como si tuviera su propio tridente al rojo vivo clavado en las costillas. El brazo con el que sostenía la lanza le pesaba y no tenía fuerza.

—No lo entiendo...—murmuró.

La voz de Adamantino pareció resonar desde el final de un largo túnel.

Si matas a una, te cae una maldición, imbécil.

—Pero si no las matamos...—murmuró Annabeth.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora