TERCERA PERSONA LXXXI

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La brújula interna de Hazel daba vueltas como loca.

Recordó que cuando era muy pequeña, a finales de los años treinta, su madre la había llevado al dentista en Nueva Orleans para que le quitaran un diente picado. Era la primera y la única vez que Hazel había accedido a cualquiera de las dos cosas. El dentista le prometió que le entraría sueño y se relajaría, pero Hazel se sintió como si saliera de su cuerpo flotando, aterrorizada y fuera de control. Cuando el efecto del éter se pasó, llevaba tres días enferma.

Lo que le pasaba entonces parecía una dosis enorme de éter.

Una parte de ella sabía que todavía estaba en la caverna. Pasífae se encontraba a pocos metros delante de ellos. Clitio aguardaba en silencio ante las Puertas de la Muerte.

Sin embargo, capas de Niebla envolvían a Hazel y distorsionaban su sentido de la realidad. Dio un paso adelante y se estrelló contra una pared que no debería haber estado allí.

Leo pegó las manos a la piedra.

—Pero ¿qué demonios...? ¿Dónde estamos?

A su izquierda y su derecha se extendía un pasillo. Unas antorchas se consumían en unos candelabros de hierro. El aire olía a moho, como en una vieja tumba. Sobre el hombro de Hazel, Galantis gruñía furiosamente, clavando sus garras en la clavícula de la chica.

—Sí, lo sé—murmuró Hazel a la comadreja—. Es una ilusión.

Leo aporreó la pared.

—Una ilusión muy convincente.

Pasífae se rió. Su voz sonaba débil y lejana.

—¿Es una ilusión, Hazel Levesque, o algo más? ¿No ves lo que he creado?

Hazel se sentía tan desequilibrada que apenas podía tenerse en pie, y mucho menos pensar con claridad. Trató de aguzar sus sentidos para ver a través de la Niebla y hallar otra vez la caverna, pero lo único que percibía eran túneles que se bifurcaban en una docena de direcciones, avanzando a todas partes menos adelante.

Pensamientos azarosos centelleaban en su mente, como pepitas de oro saliendo a la superficie: "Dédalo". "El Minotauro encerrado". "Morir lentamente en mi nuevo dominio".

—El Laberinto—dijo Hazel—. Está rehaciendo el Laberinto.

—Y ahora, ¿qué?—Leo había estado dando golpes en la pared con un martillo de bola, pero se volvió y la miró con el entrecejo fruncido—. Creía que el Laberinto se hundió durante la batalla en el Campamento Mestizo; que estaba conectado a la fuerza vital de Dédalo o algo por estilo, y que luego él se murió.

Pasífae chasqueó con la lengua en tono de desaprobación.

—Pero yo sigo viva. ¿Atribuyes a Dédalo todos los secretos del Laberinto? Yo infundí vida mágica a este laberinto. Dédalo no era nada comparado conmigo: ¡la hechicera inmortal, hija de Helios, hermana de Circe! Ahora el Laberinto será mi dominio.

—Es una ilusión—insistió Hazel—. Sólo tenemos que abrirnos paso.

Al mismo tiempo que lo decía, las paredes parecieron volverse más sólidas y el olor a moho más intenso.

—Demasiado tarde, demasiado tarde—susurró Pasífae—. El Laberinto ya ha despertado. Se extenderá bajo la piel de la tierra una vez más mientras el mundo de los mortales es arrasado. Vosotros, semidioses... héroes... recorreréis sus pasillos y moriréis lentamente de sed, miedo y dolor. O tal vez, si me siento misericordiosa, moriréis rápido, ¡entre horribles dolores!

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora