LEO XII

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Leo tuvo la ligera impresión de que Hazel gritaba:

—¡Marchaos! ¡Yo cuidaré de Nico!

Como si Leo fuera a volverse atrás. Sí, esperaba que di Angelo estuviera bien, pero él tenía sus propios quebraderos de cabeza.

Leo subió los escalones deprisa, dando saltos, seguido de Jason y de Frank.

La situación en la cubierta era peor de lo que temía.

El entrenador Hedge y Piper estaban forcejeando para soltarse de las ataduras de cinta adhesiva mientras uno de los enanos diabólicos bailaba por la cubierta, recogiendo las cosas que no estaban atadas y metiéndolas en su saco. Medía aproximadamente un metro veinte de estatura, todavía menos que el entrenador Hedge, y tenía unas patas arqueadas, unos pies simiescos y una ropa tan chillona que a Leo le provocó vértigo. Sus pantalones a cuadros verdes estaban prendidos con alfileres en las vueltas, y los llevaba sujetos con unos tirantes de vivo color rojo por encima de una blusa de mujer rosa y negra a rayas. Llevaba media docena de relojes de oro en cada brazo y un sombrero de vaquero con estampado de cebra de cuya ala colgaba la etiqueta del precio. Su piel estaba cubierta de manchas de desaliñado pelo rojo, aunque el noventa por ciento de su vello corporal parecía concentrado en sus espléndidas cejas.

Leo estaba pensando dónde se encontraba el otro enano cuando oyó un chasquido detrás de él y se dio cuenta de que había metido a sus amigos en una trampa.

—¡Agachaos!

Cayó al suelo en el momento en el que la explosión le reventaba los tímpanos.

"Nota mental"—pensó Leo aturdido—. "No dejes cajas de granadas donde los enanos puedan alcanzarlas".

Por lo menos estaba vivo. Leo había estado experimentando con toda clase de armas basadas en la esfera de Arquímedes que había rescatado en Roma. Había fabricado granadas que podían expulsar ácido, fuego, metralla o palomitas de maíz recién untadas de mantequilla. (Eh, nunca se sabía cuándo te iba a entrar hambre en la batalla). A juzgar por el zumbido de sus oídos, el enano había hecho explotar una granada de detonación que Leo había llenado con un extraño frasco de música de Apolo, extracto líquido puro. No mataba, pero a Leo le dio la sensación de haberse dado un panzazo en la parte honda de una piscina.

Trató de levantarse. Las extremidades no le respondían. Alguien estaba tirándole de la cintura: ¿tal vez un amigo que intentaba ayudarlo a levantarse? No. Sus amigos no olían a jaula de mono embadurnada de perfume.

Leo consiguió darse la vuelta. Tenía la vista desenfocada y teñida de rosa, como si el mundo se hubiera sumergido en gelatina de fresa. Una grotesca cara sonriente apareció encima de él. El enano con pelo marrón iba vestido todavía peor que su amigo: llevaba un bombín verde como el de un duende, anillos de diamantes que le colgaban de los dedos y una camiseta de árbitro blanca y negra. Enseñó el premio que acababa de robar—el cinturón portaherramientas de Leo— y acto seguido se marchó bailando.

Leo trató de agarrarlo, pero se le habían dormido los dedos. El enano se acercó brincando a la ballesta más cercana, que su amigo de pelo rojo estaba preparando para disparar.

El enano de pelo marrón saltó sobre el proyectil como si fuera un monopatín, y su amigo lo disparó al cielo.

Pelo Rojo se acercó al entrenador Hedge dando saltos. Dio un bofetón al sátiro y se dirigió brincando a la borda. Dedicó una reverencia a Leo quitándose el sombrero con estampado de cebra y dio una voltereta hacia atrás por encima de la borda.

Leo consiguió levantarse. Jason ya estaba en pie, tropezando y chocándose contra objetos. Frank se había transformado en un gorila adulto (Leo no estaba seguro del motivo: ¿tal vez para comunicarse con los enanos simios?), pero la granada le había dado de lleno. Estaba tumbado en la cubierta con la lengua fuera y los ojos de gorila en blanco.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora