ANNABETH LXXIII

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Morir a manos de Tártaro no le parecía un gran honor.

Al contemplar el remolino oscuro de su rostro, Annabeth decidió que prefería morir de una forma menos memorable: por ejemplo, cayendo por una escalera o falleciendo plácidamente mientras dormía a los ochenta años después de una vida agradable y tranquila con Percy. Sí, eso pintaba bien.

No era la primera vez que Annabeth se enfrentaba a un enemigo al que no podía vencer con la fuerza. Normalmente, eso la habría impulsado a ganar tiempo con una ingeniosa cháchara.

Sin embargo, la voz no le respondía. Ni siquiera podía cerrar la boca. Debía de estar babeando como Percy cuando dormía.

Era vagamente consciente del ejército de monstruos que se arremolinaban a su alrededor, pero después de su rugido inicial de triunfo, la horda se había quedado callada. Annabeth y Percy deberían estar hechos pedazos a esas alturas. En cambio, los monstruos guardaban las distancias, esperando a que Tártaro actuara.


"Centro de gravedad: error. Calidad de masa muscular: error. Rango de movimiento: error. Error fatal"


El dios del foso flexionó los dedos y se examinó sus pulidas garras negras. No tenía expresión, pero irguió los hombros como si estuviera satisfecho.

ES AGRADABLE TENER FORMA, entonó. CON ESTAS MANOS, PODRÉ DESTRIPARLOS.

Su voz sonaba como una grabación hacia atrás, como si las palabras estuvieran siendo absorbidas por el vórtice de su cara en lugar de ser expulsadas. De hecho, parecía que la cara del dios lo atrajera todo: la luz tenue, las nubes venenosas, la esencia de los monstruos, hasta la frágil fuerza vital de Annabeth. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que a todos los objetos de la vasta llanura en la que se encontraba les había salido una vaporosa cola de cometa y de que todos apuntaban a Tártaro.

Annabeth sabía que debía decir algo, pero su instinto le aconsejaba esconderse y evitar hacer cualquier cosa que llamara la atención del dios.

Además, ¿qué podía decir? "¡No te saldrás con la tuya!".

Eso no era cierto. Si ella y Percy habían sobrevivido tanto tiempo era porque Tártaro estaba disfrutando de su nueva forma. Quería gozar del placer de hacerlos trizas físicamente. A Annabeth no le cabía duda de que, si Tártaro lo deseaba, podría poner fin a su existencia con sólo pensarlo, tan fácilmente como había volatilizado a Hiperión y Crío. ¿Sería posible renacer después? Annabeth no quería averiguarlo.

A su lado, Percy hizo algo que ella no le había visto hacer nunca. Soltó su tridente. El arma cayó de su mano y chocó contra el suelo emitiendo un golpe sordo. La Niebla de la Muerte ya no le envolvía la cara, pero todavía tenía la tez de un cadáver.

Tártaro volvió a susurrar... posiblemente riéndose.

VUESTRO MIEDO HUELE ESTUPENDAMENTE, dijo el dios. AHORA ENTIENDO EL ATRACTIVO DE TENER UN CUERPO FÍSICO CON TANTOS SENTIDOS. TAL VEZ MI QUERIDA GAIA TENGA RAZÓN EN QUERER DESPERTAR DE SU SUEÑO.

Alargó su enorme mano morada. Podría haber arrancado a Percy como una mala hierba, pero Adamantino le interrumpió.

¡Fuera de aquí!—el dios apuntó al protogenos con su guadaña—. ¡No tienes ningún derecho a entrometerte!

¿ENTROMETERME? Tártaro se volvió. SOY EL SEÑOR DE TODAS LAS CRIATURAS DE LA OSCURIDAD, INSIGNIFICANTE DESPOJO DEl OLIMPO. PUEDO HACER LO QUE ME VENGA EN GANA.

El ciclón negro de su rostro empezó a girar más rápido. El aullido que emitía era tan horrible que Annabeth cayó de rodillas y se tapó los oídos. Adamantino tropezó, y su fuerza vital, etérea como la cola de un cometa, se alargó al ser absorbida por la cara del dios.

Adamantino rugió desafiante. Atacó y arremetió con su guadaña contra el pecho de Tártaro. Antes de que pudiera alcanzarlo, Tártaro lo apartó de un manotazo, como si fuera un molesto insecto. El dios de la conquista cayó rodando por el suelo.

¿POR QUÉ NO TE DESINTEGRAS?, preguntó Tártaro. NO ERES NADA. ERES TODAVÍA MÁS DÉBIL QUE TUS HERMANOS.

Soy más especial...—murmuró Adamantino, mientras escupía un diente ensangrentado—. Esos tres parecen sacados del mismo molde. No son tan apuestos como yo...

Tártaro susurró.

¿QUÉ ES ESO? ¿SENTIDO DEL HUMOR?

Es lo que quiero que pongan en mi lápida—respondió el dios—. Recuérdenme como "más guapo que sus hermanos".

Su casco se cerró alrededor de su rostro con un chasquido, dejando sus ojos ocultos tras la fría mirada de aquella mosca metálica.

Ya hemos hablado lo suficiente.

Se abalanzó sobre Tártaro con tal seguridad que sorprendió al propio primordial. Clavó su guadaña en el muslo del dios, retrocedió con un salto mientras Tártaro se revolvía y volvió a apuñalarlo, esta vez en el costado, justo por debajo de su coraza.

Tártaro rugió. Trató de aplastar a Adamantino, pero el dios siguió retrocediendo y se situó fuera de su alcance.

TÚ MORIRÁS PRIMERO, ADAMAS, decidió Tártaro. DESPUÉS AÑADIRÉ TU ALMA A MI ARMADURA, DONDE SE DISOLVERÁ POCO A POCO, UNA Y OTRA VEZ, EN UNA AGONÍA ETERNA.

Tártaro golpeó su coraza con el puño. Rostros blanquecinos se arremolinaron en el metal, gritando en silencio para escapar.

Adamantino se volvió hacia Percy y Annabeth.

Id a las puertas—ordenó—. Yo me ocuparé de Tártaro.

Tártaro echó la cabeza atrás y rugió, creando una fuerza de succión tan intensa que los demonios voladores más cercanos fueron absorbidos por el vórtice de su rostro y se hicieron trizas.

¿OCUPARTE DE MÍ?, dijo el dios en tono de mofa. ¡NO ERES MÁS QUE UN DIOS, UNA RIDÍCULA RATA OLVIDADA POR LA HISTORIA! ¡TE HARÉ SUFRIR POR TU ARROGANCIA! Y POR LO QUE RESPECTA A TUS AMIGOS MORTALES...

Annabeth sintió que el mundo comenzaba a girar a su alrededor a una velocidad vertiginosa. Se le oscureció la visión y por un momento quedó inconsciente.

Abrió los ojos, escuchando la risa del señor del poso proviniendo de todas direcciones. Una nueva manifestación del primordial apareció entre ella y Percy.

Luego, Tártaro se dividió en dos más, ahora de tamaño humano, y en manos de cada uno de estos cuerpos se materializó un arma distinta. Uno con un largo sable como el de Annabeth y otro más con una lanza de tres puntas.

Aquel con el tridente se volvió hacia Annabeth.

ACABARÉ CON ELLOS, PERSONALMENTE.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora