HAZEL II

82 17 0
                                    


Hazel no se había sentido tan feliz en toda su vida. Bueno, salvo quizá la noche del banquete de la victoria en el Campamento Júpiter, cuando había besado a Frank por primera vez, pero estaba casi tan contenta como entonces.

En cuanto llegó al suelo, corrió junto a Arión y le abrazó el pescuezo.

—¡Te he echado de menos!—pegó la cara al cálido flanco del caballo, que olía a sal marina y manzanas—. ¿Dónde has estado?

Arión relinchó. Hazel deseó poder hablar el idioma de los caballos como Percy, pero captó la idea general. Arión parecía impaciente, como si estuviera diciendo: "¡No hay tiempo para sentimentalismos, muchacha! ¡Vamos!".

—¿Quieres que vaya contigo?—aventuró.

Arión agachó la cabeza y se puso a trotar sin moverse del sitio. Sus ojos marrón oscuro brillaban de forma apremiante.

Hazel seguía sin poder creer que estuviera allí. El caballo podía correr a través de cualquier superficie, hasta del mar. Había temido que no los siguiera a las tierras antiguas. El Mediterráneo era demasiado peligroso para los semidioses y sus aliados.

Arión no habría acudido si Hazel no lo hubiera necesitado desesperadamente. Y parecía muy agitado. Cualquier cosa capaz de poner nervioso a un intrépido dios caballo debería haber aterrado automáticamente a Hazel.

Sin embargo, estaba eufórica. Se había hartado de marearse por mar y por aire. A bordo del Argo II se sentía tan útil como una caja de lastre. Se alegraba de volver a pisar tierra firme, aunque fuera el territorio de Gaia. Estaba lista para montar.

—¡Hazel!—gritó Nico desde el barco—. ¿Qué pasa?

—¡Todo va bien!

Hazel se agachó e hizo brotar una pepita de oro de la tierra. Cada vez controlaba mejor su poder. Casi nunca aparecían ya piedras preciosas a su alrededor sin que ella lo deseara, y sacar oro del suelo era fácil.

Le dio de comer a Arión la pepita, su comida favorita. A continuación sonrió a Leo y a Nico, que estaban mirándola desde lo alto de la escalera treinta metros por encima.

—Arión quiere llevarme a alguna parte.

Los chicos se cruzaron miradas nerviosas.

—Ah...—Leo señaló al norte—. Por favor, dime que no te va a llevar allí.

Hazel había estado tan centrada en Arión que no se había fijado en las perturbaciones. A un kilómetro y medio de distancia, en la cima de la siguiente colina, se había acumulado una tormenta sobre unas antiguas ruinas de piedra: tal vez los restos de un templo o una fortaleza romana. Una nube con forma de embudo descendía serpenteando hacia la colina como un dedo negro.

Hazel notó un sabor a sangre en la boca. Miró a Arión.

—¿Quieres ir allí?

Arión relinchó como diciendo: "Ajá".

Bueno... Hazel había pedido ayuda. ¿Era esa la respuesta de su padre?

Esperaba que la respuesta fuera afirmativa, pero percibía algo en esa tormenta que no se debía a la intervención de Hades, algo siniestro, poderoso y no necesariamente amistoso.

Aun así, era su mejor oportunidad de ayudar a sus amigos, de dirigir en lugar de seguir.

Se ciñó las correas de su espada de caballería hecha de oro imperial y subió al lomo de Arión.

—¡No me pasará nada!—gritó a Nico y a Leo—. No os mováis y esperadme.

—¿Cuánto?—preguntó Nico—. ¿Y si no vuelves?

—No te preocupes, volveré—prometió ella, confiando en que así fuera.

Espoleó a Arión y atravesaron como un rayo los campos, dirigiéndose de cabeza al tornado.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora