ANNABETH LIX

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—¡Annabeth!

Percy tiró de ella hacia atrás justo cuando su pie tocó el borde de una cavidad. Ella estuvo a punto de precipitarse en quién sabía qué, pero Percy la agarró y la abrazó.

—Tranquila—dijo.

Ella pegó la cara a su camiseta y mantuvo los ojos cerrados con fuerza. Estaba temblando, pero no sólo de miedo. El abrazo de Percy era tan cálido y reconfortante que le entraron ganas de quedarse allí para siempre, a salvo y protegida... pero eso era cerrar los ojos a la realidad. No podía permitirse relajarse. No podía apoyarse en Percy más de lo debido. Él también la necesitaba.

—Gracias...—se desenredó con cuidado de sus brazos—. ¿Sabes lo que hay delante de nosotros?

—Agua—dijo él—. Sigo sin mirar. Creo que todavía es peligroso.

—Yo pienso lo mismo.

—Percibo un río... o puede que sea un foso. Nos cierra el paso. Corre de izquierda a derecha por un canal abierto en la roca. La otra orilla está a unos seis metros.

Annabeth se regañó mentalmente. Había oído el agua mientras corría, pero en ningún momento se había planteado que pudiera estar yendo de cabeza hacia ella.

—¿Hay un puente o...?

—Creo que no—dijo Percy—. Y al agua le pasa algo raro. Escucha.

Annabeth se concentró. Miles de voces gritaban dentro de la estruendosa corriente, chillando de angustia, suplicando piedad.

¡Ayuda!, decían gimiendo. ¡Fue un accidente!

¡El dolor!, se lamentaban. ¡Haced que pare!

Annabeth no necesitaba los ojos para imaginarse el río: una corriente salobre y negra llena de almas torturadas arrastradas cada vez más hondo en el Infierno.

—El río Aqueronte—dedujo—. El quinto río del inframundo.

—Prefiero el Flegetonte—murmuró Percy.

—Es el río del dolor. El castigo definitivo para las almas de los condenados: asesinos, sobre todo.

¡Asesinos!, dijo el río gimiendo. ¡Sí, como tú!

Únete a nosotros, susurró otra voz. No eres mejor que nosotros.

La cabeza de Annabeth se llenó de imágenes de todos los monstruos que había matado a lo largo de los años.

—Lo mío no fueron asesinatos—protestó ella—. ¡Me estaba defendiendo!

El río cambió de curso a través de su mente y le mostró a Zoë Belladona, que había sido asesinada en el monte Tamalpais porque había ido a rescatar a Annabeth de las garras de los titanes.

Vio a la hermana de Nico, Bianca di Angelo, muriendo en la caída del gigante metálico Talos, porque también había intentado salvar a Annabeth.

Michael Yew y Silena Beauregard... que habían muerto en la batalla de Manhattan.

Podrías haberlo impedido, le dijo el río a Annabeth. Deberías haber buscado una solución mejor.

Y la más dolorosa de todas: la de Luke Castellan. Annabeth se acordó de la sangre de Luke en su daga después de impedir que Cronos destruyera el Olimpo.

¡Tienes las manos manchadas de su sangre!, dijo el río gimiendo. ¡Debería haber habido otra solución!

Annabeth se había enfrentado a la misma idea muchas veces. Había intentado convencerse de que ella no era la culpable de la muerte de Luke. Luke había elegido su propio destino. Aun así, no sabía si su alma había hallado paz en el Valhalla, o si había renacido, o si había ido a parar al Tártaro por culpa de sus crímenes. Podría ser una de las almas torturadas que arrastraba la corriente en ese momento.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora