PERCY XVI

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Percy se acordaba de lo peligrosa que había resultado Kelli la última vez que habían luchado en el Laberinto. A pesar de sus piernas desiguales, podía moverse rápido cuando quería. Había esquivado sus estocadas y le habría devorado la cara si Annabeth no la hubiera apuñalado por detrás.

Esa vez contaba con cuatro amigas.

—¡Y te acompaña tu amiga Annabeth!—Kelli siseó de alegría—. Oh, sí, me acuerdo bien de ella.

Kelli se tocó el esternón, por donde había salido la punta del cuchillo cuando Annabeth se lo había clavado por la espalda.

—¿Qué pasa, hija de Atenea? ¿No tienes tu daga? Qué lástima. La habría usado para matarte.

Percy trató de pensar. Él y Annabeth se colocaron hombro contra hombro como habían hecho muchas veces antes, preparados para luchar. Pero ninguno de los dos se encontraba en buen estado para la batalla. Sus enemigas los superaban en número. No tenían a dónde huir. Ni iban a recibir ayuda.

Por un momento Percy consideró llamar a la Señora O'Leary, la perra infernal que podía viajar a través de las sombras. Pero, aunque lo hubiera oído, ¿podría llegar al nuevo Helheim? Después de todo lo que Gaia le había hecho a ese lugar y a sus habitantes... no, podía arriesgarse de aquel modo.

Trató de levantar la lanza, pero los horcones le pesaban. Annabeth lanzó un latigazo con aquella extraña espada que Leo le había hecho, obligando a retroceder a dos demonios que se habían empezado a acercar demasiado.

—Esto es una advertencia, gusanos—siseó Percy—. Lárguense ahora o descubrirán porque soy llamado el más temido de los semidioses.

Movió ligeramente las hojas de su tridente para que destellaran a la luz del fuego.

Hizo un cálculo rápido dentro de su cabeza. Considerando lo exhausto y desgastado que se encontraba, no lograría acabar con suficientes enemigos antes de ser derribado. Sin embargo, tenía bastante fe de que si coordinaban bien su ataque, Annabeth se podría deshacer del resto.

—¿Ya terminaste tu análisis?—preguntó en voz baja.

Los ojos de su novia destellaron, como si tuviese una mira telescópica incorporada en las retinas.

—Pensaba que nunca lo preguntarías.

Ambos se lanzaron al mismo tiempo.

Las vampiras claramente no se esperaban que ellos hicieran eso, se quedaron en blanco por un instante, lo que le permitió a Percy atravesar y partir por la mitad a una de las cinco criaturas.

Dos de ellas se abalanzaron sobre él con un salto, pero no pudieron ponerle un dedo encima antes de que la espada de Annabeth pasase como un rayo frente a él. Dos cabezas rodaron por el suelo al instante.

De un momento para otro, solamente quedaban dos demonios, la propia Kelli y la más vieja de las empousai, Serephone.

Las uñas de Kelli crecieron y se convirtieron en largas garras negras, con las cuales consiguió bloquear la siguiente estocada de Percy. El monstruo retrocedió con un salto, sólo para ganarse un desagradable corte en el costado cortesía de Annabeth.

—Tan predecible como siempre—dijo la semidiosa—. No pudiste evitar que Luke traicionase a Cronos. ¿Realmente pensaste que podrías detenernos ahora?

El monstruo le lanzó una mirada asesina a Annabeth, como si la imaginara cortada en pedacitos.

Percy hizo una mueca.

Estaba convencido de que Kelli se había enamorado de Luke Castellan. Luke producía ese efecto en las chicas—hasta en las vampiras con patas de burro—, por lo que no estaba seguro de que sacar su nombre a colación fuera buena idea.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora