JASON XXXVI

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Jason estaba vivo... por los pelos.

Más tarde sus amigos le explicaron que no lo habían visto caer del cielo hasta el último segundo. No habían tenido tiempo para que Frank se transformara en un águila y lo atrapara ni para formular un plan de rescate.

Se había salvado gracias a la agilidad mental y la capacidad de persuasión de Piper. La chica había gritado ¡DESPIERTA! tan fuerte que Jason se sentía como si le hubieran aplicado las palas de un desfibrilador. Sin perder un milisegundo, él había invocado los vientos y había evitado convertirse en una mancha flotante de grasa de semidiós en la superficie del Adriático.

De nuevo a bordo del barco, había llevado a Leo aparte y había propuesto una corrección de rumbo. Afortunadamente, Leo se fiaba lo bastante de él para no preguntarle por qué.

—Un destino turístico un poco raro—Leo sonrió—. ¡Pero tú eres el jefe!

Sentado ahora con sus amigos en el comedor, Jason se sentía tan despierto que dudaba que pegara ojo durante una semana. Le temblaban las manos. No podía parar de dar golpecitos con el pie. Se imaginaba que así era como Leo se sentía siempre, pero Leo tenía sentido del humor.

Después de lo que Jason había visto en el sueño, no le apetecía mucho bromear.

Mientras comían, Jason les comunicó la visión que había tenido en el aire. Sus amigos se quedaron callados suficiente tiempo para que el entrenador Hedge terminara un sándwich de mantequilla de cacahuete y plátano, junto con el plato de cerámica.

El barco crujía surcando el Adriático, y los remos que quedaban seguían desalineados a causa del ataque de la tortuga gigante. De vez en cuando Festo, el mascarón de proa, chirriaba y rechinaba a través de los altavoces, informando del estado del piloto automático con aquel extraño lenguaje mecánico que sólo Leo entendía.

—Una nota de Annabeth—Piper movió la cabeza con gesto de asombro—. No entiendo cómo es posible, pero si lo es...

—Está viva—dijo Leo—. Dioses mediante, y pásame la salsa picante.

Frank ladeó la cabeza.

—¿Qué quiere decir eso?

Leo se limpió los restos de patatas fritas de la cara.

—Significa que me pases la salsa picante, Zhang. Todavía tengo hambre.

Frank le acercó un bote de salsa.

—No puedo creer que Reyna intente encontrarnos. Venir a las tierras antiguas es tabú. Le quitarán la pretoría.

—Si sobrevive—dijo Hazel—. Os recuerdo lo que nos ha costado llegar hasta aquí con siete semidioses y un buque de guerra.

—Y conmigo—el entrenador Hedge eructó—. No te olvides, yogurín, de que contáis con la ventaja de un sátiro.

Jason no pudo por menos que sonreír. El entrenador Hedge podía ser muy ridículo, pero Jason se alegraba de que los hubiera acompañado. Pensó en el sátiro que había visto en el sueño: Grover Underwood. No se imaginaba a un sátiro más distinto del entrenador Hedge, pero los dos parecían valientes, cada uno a su manera.

Eso le hizo preguntarse si los faunos del Campamento Júpiter podrían ser también así si los semidioses romanos esperasen más de ellos. Una cosa más que añadir a su lista...

"Su lista". No se había dado cuenta de que tenía una hasta ese momento, pero desde que había abandonado el Campamento Mestizo había estado pensando formas de hacer el Campamento Júpiter más... griego.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora