PERCY XXXIV

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¡¡Soy el jodido dios de la conquista!!—rugió Adamantino—. ¡¿Realmente creyeron que podrían dominarme, estúpidas ancianas?!

Desde luego, el dios sabía usar la guadaña.

Lanzaba tajos de un lado al otro y destruía a las demonios una detrás de otra con una mirada enloquecida.

En unos segundos, las arai habían desaparecido. La mayoría se había volatilizado. Las más listas se habían ido a la oscuridad volando y chillando aterrorizadas.

Percy quería dar las gracias, pero le fallaba la voz. Las piernas le flaqueaban. Los oídos le zumbaban. A través del fulgor rojo del dolor, vio a Annabeth a unos metros de distancia, deambulando a ciegas hacia el borde del acantilado.

—¡No!—gruñó Percy.

Adamantino siguió su mirada. Saltó hacia Annabeth y la tomó en brazos. Ella se puso a chillar y a dar patadas, aporreando la barriga metálica del dios, pero a Adamantino no pareció importarle. La llevó hasta Percy y la dejó con delicadeza.

Estúpidas maldiciones—murmuró.

Tomó una nueva jeringa desde su cinturón y la encajó en el cuello de Annabeth.

Ella soltó un grito, dejó de pelear. Su vista se aclaró.

—¿Dónde...? ¿Qué...?

Vio a Percy, y una serie de expresiones cruzaron brevemente su rostro: alivio, alegría, sorpresa, horror.

—¡¿Qué le ocurre?!—gritó—. ¡¿Qué ha pasado?!

Meció los hombros del chico y rompió a llorar contra su cabeza.

Percy quería decirle que todo iba bien, pero por supuesto no era así. Ni siquiera se notaba el cuerpo. Su conciencia era como un pequeño globo de helio atado débilmente en lo alto de su cabeza. No tenía peso ni fuerza. Y no paraba de hincharse y se volvía más y más ligero. Sabía que en poco tiempo reventaría o que la cuerda se rompería, y su vida se iría flotando.

Annabeth tomó su cara entre las manos. Lo besó y le limpió el polvo y el sudor de los ojos.

Adamantino se levantó por encima de ellos, con su guadaña plantada como una bandera. Tenía una expresión impenetrable.

Esas son muchas maldiciones—murmuró, mientas su cascó se cerraba alrededor de su cabeza—. Parece que realmente te has ganado enemigos, diosecillo.

—¿Puedes curarlo?—rogó Annabeth—. Como hiciste con mi ceguera. ¡Cura a Percy!

Adamantino negó con la cabeza.

La verdad, no creo que ni siquiera todo el Néctar del mundo nos sea de ayuda.

Percy sintió un pinchazo en el cuello, pero ni siquiera le pudo prestar atención. Se desplomó hacia atrás. El zumbido de sus oídos se desvaneció. Su vista se aclaró. Todavía se sentía como si se hubiera tragado una freidora. Las entrañas le bullían. Notaba que el veneno sólo había sido retardado, no extraído.

Pero estaba vivo.

Trató de mirar a Adamantino a los ojos y de expresarle su gratitud. La cabeza le colgó contra el pecho.

Me lo temía—dijo el dios—. Demasiadas maldiciones acumuladas. Soy un guerrero, no un médico. No sé que más hacer a parte de meterle Néctar en el sistema.

Annabeth abrazó los hombros de Percy. Él quería decir: "Eso sí que lo noto. Ay. Demasiado fuerte".

Tal vez si tuviésemos agua...—murmuró pensativo—. Realmente este lugar es un asco.

"Ya me había dado cuenta"—le entraron ganas de gritar a Percy.

—No—insistió Annabeth—. No, tiene que haber una forma. Tiene que haber algo para curarlo.

El alivio cesó. Percy volvió a notar los pulmones alientes como la lava.

Este lugar los está matando—comprendió Adamantino—. El ambiente que creó Gaia cura a los monstruos, pero vuestro sitio no está aquí. El foso odia a los de vuestra condición.

—Me da igual—dijo Annabeth—. Incluso aquí tiene que haber algún sitio donde pueda descansar o una cura que pueda recibir. A lo mejor en el altar de Hermes o...

A lo lejos, una voz grave rugió; una voz que lamentablemente Percy reconoció.

—¡LO HUELO!—bramó el gigante—. ¡CUIDADO, HIJO DE POSEIDÓN! ¡VOY A POR TI!

Polibotes—supuso Adamantino—. Odia a Poseidón y a sus hijos. Está muy cerca.

Annabeth se empeñó en levantar a Percy. Él detestaba que se esforzara tanto, pero se sentía como un saco de bolas de billar. Incluso apoyando casi todo su peso en Annabeth, apenas se tenía en pie.

—¿Me vas a ayudar?—preguntó ella a Adamantino.

El dios suspiró pesadamente.

Hay un sitio—decidió—. Suponiendo que siga vivo, ese idiota podría saber qué hacer.

A Annabeth por poco se le cayó Percy.

—¿Q-quién...?

Adamantino recogió su guadaña.

El gobernante de los malos espíritus.  A menos que Polibotes y los demás nos alcancen antes, nos llevaré a donde el Señor de las Moscas.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora