PERCY LI

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Aclis se abalanzó sobre Percy y, por una fracción de segundo, él pensó: "Bueno, sólo soy humo. No puede tocarme, ¿no?".

Se imaginó a las Moiras en el Olimpo riéndose de su vana ilusión: "¡Jo, jo, jo, qué pardillo!".

Las garras de la diosa le arañaron el pecho y le escocieron como si fueran agua hirviendo.

Percy se tambaleó hacia atrás, pero no estaba acostumbrado a ser de humo. Sus piernas se movían demasiado despacio. Sus brazos eran como de papel de seda. Desesperado, le lanzó su mochila, pensando que tal vez se volviera sólida cuando abandonara su mano, pero no tuvo suerte. La bolsa cayó emitiendo un tenue sonido sordo.

Aclis gruñó al agacharse para saltar. Le habría arrancado a Percy la cara de un mordisco si Annabeth no hubiera atacado y hubiera gritado a la diosa directamente al oído:

—¡EH!

Aclis se sobresaltó y se volvió hacia el sonido.

Arremetió contra Annabeth, pero la chica se movía mejor que Percy. Tal vez no se sentía tan etérea, o tal vez había recibido más instrucción de combate. Ella había estado en el Campamento Mestizo desde que tenía siete años. Probablemente le habían impartido lecciones que Percy no había recibido, como luchar mientras estás parcialmente hecho de humo.

Annabeth se lanzó justo entre las piernas de la diosa, dio una voltereta y se puso de pie. Aclis se volvió y atacó, pero Annabeth la esquivó otra vez como un matador.

Percy estaba tan aturdido que perdió unos segundos preciosos. Se quedó mirando a la Annabeth cadavérica, que estaba envuelta en niebla pero que se movía tan rápido y con tanta seguridad como siempre. Entonces cayó en la cuenta de por qué estaba haciendo eso: para ganar tiempo. Eso significaba que Percy tenía que ayudarla.

Pensó frenéticamente, tratando de dar con una forma de vencer al Sufrimiento. ¿Cómo podía luchar cuando no podía tocar nada?

Cuando Aclis atacó por tercera vez, Annabeth no tuvo tanta suerte. Trató de apartarse, pero la diosa la agarró por la muñeca, tiró fuerte y la derribó al suelo.

Antes de que la diosa pudiera echarse encima de ella, Percy avanzó gritando y blandiendo su lanza. Todavía se sentía tan sólido como un pañuelo de papel, pero su ira pareció ayudarle a moverse más deprisa.

—¡Eh, Feliz!—gritó.

Aclis se giró y soltó el brazo de Annabeth.

—¿Feliz?—preguntó.

—¡Sí!—él se agachó cuando ella trató de asestarle un golpe en la cabeza—. ¡Eres la alegría de la huerta!

—¡Arggg!

Ella volvió a abalanzarse sobre él, pero estaba desequilibrada. Percy dio un quiebro y retrocedió, y consiguió apartar a la diosa de Annabeth.

—¡Simpática!—gritó—. ¡Un encanto!

La diosa gruñó e hizo una mueca. Fue a por Percy dando traspiés. Cada cumplido parecía un puñado de arena en su cara.

—¡Os mataré despacio!—gruñó, mientras le chorreaban los ojos y la nariz, y le goteaba sangre de las mejillas—. ¡Os haré picadillo como sacrificio a la Noche!

Annabeth se levantó con dificultad. Empezó a hurgar en su mochila, buscando algo que pudiera serle útil.

Percy quería brindarle más tiempo. Ella era la lista. Era preferible que él recibiera el ataque mientras ella pensaba un plan brillante.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora