40 🫧 Awanar Tokri 🫧

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La primera noche que pasé entre los Metkayina fue una experiencia poco convencional. La mayor parte la dediqué a conversar y ponerme al día con Neteyam, Kiri y Lo'ak, mientras el sonido suave de las olas del mar servía como fondo musical, y la tenue luz de la luna iluminaba nuestras figuras.

A medida que las horas avanzaban implacablemente, el cansancio se apoderaba de nosotros, forzándonos a emprender nuestro regreso hacia los marui. Mientras caminábamos por la suave arena, recordé que en la desolada habitación que me había asignado Ronal, no tenía donde descansar. De hecho carecía de prácticamente todas mis pertenencias, dejando el enorme marui desnudo, sin signos de vida, aislado y vacío.

Todas mis pertenencias seguían suspendidas de la copa de los árboles junto a Tanhi, donde las había dejado antes de aventurarme dentro del clan. Todavía no se me había presentado la oportunidad de escabullirme de vuelta hacia los pequeños árboles cercanos para poder recuperar mi equipaje, que descansaba en la arboleda a la custodia de mi ikran.

Como narradora de historias, mi estilo de vida exigía sobriedad y austeridad, llevando conmigo nada más que mi sabiduría, y mil historias. Por esa razón, traería mi equipaje de manera gradual y discreta. Comenzaría con telas y mantas de tela sintética, espejos, coletas, linternas, y mi arco y flechas. Poco a poco terminaría de equipar mi nuevo hogar trayendo también las tabletas, el reloj, algunos encendedores y mi cámara fotográfica.

Aunque había una maleta en especial, un bolso en específico, que me planteaba un verdadero desafío. Sabía que Jake había traído consigo armas y tecnología, ocultas en maletines verdes, y yo había decidido seguir ese ejemplo. En una de mis maletas traía granadas de gas y un par de armas con municiones. Era preocupante y tenso pensar en cómo lograría introducir sigilosamente esa maleta en particular en mi marui. Seguramente necesitaría la ayuda de Jake o Neytiri.

Planeaba esperar hasta que se presentara el momento oportuno para traer de vuelta todas mis pertenencias conmigo. Pero ahora mismo, traer todas esas cosas podía esperar, lo que me aquejaba realmente, era la ausencia de mi hamaca específicamente, ya que sin ella no tenía donde poder descansar esta noche.

Pero entonces, afortunadamente, con amabilidad, Kiri me ofreció una hamaca extra, convirtiéndose en ese momento en mi salvadora.

Luego de despedirme de Neteyam y Lo'ak, aguardé en mi marui la llegada de Kiri con la hamaca que me prestaría. La ansiedad y la incertidumbre me consumían mientras aguardaba, sintiéndome extraña e insegura en medio de este nuevo ambiente. La soledad se cernía sobre mí como una sombra.

Cuando su figura finalmente se delineó en la entrada, mi sorpresa fue doble al descubrir que no traía una, sino dos hamacas consigo.

Con infinita paciencia, me mostró cómo colgarlas adecuadamente, transformando mi frío espacio en un refugio más acogedor.

Así, Kiri compartió la noche conmigo para que no me sintiera sola, y juntas hicimos que el lugar cobrara vida.

En mi primera mañana viviendo en el nuevo clan, Kiri me despertó con una suavidad ansiosa. Como si de un terremoto se tratase, mis párpados se abrieron de golpe, una respuesta instintiva ante la sensación de movimiento en mi cuerpo. Mi corazón latía con una mezcla de preocupación y nerviosismo, mientras el rostro de Kiri irradiaba una emoción palpable.

En sus ojos, destellaba una chispa de emoción mientras me apresuraba a levantarme y dar inicio al día. La urgencia de su gesto quedó clara cuando, después de haberme despertado de la manera más estruendosa posible, se apartó y desapareció de mi campo visual.

"Vamos, Della, date prisa", repetía desde esa posición que, en ese momento, no lograba divisar.

Me senté entonces sobre mi propia hamaca, tallando mis ojos y abriéndolos una y otra vez, tratando de acostumbrarlos a la luz. Finalmente, me giré para ver que Kiri estaba enrollando su propia hamaca.

My Eywa || AVATARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora