45 | the epilogue

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CUARENTA Y CINCO
el epílogo







A veces, el miedo aún me invade cuando estoy en el mar. Ese momento en que te alcanza una ola algo más fuerte que las de la orilla o sumerges la cabeza por primera vez. Hay instantes en los que siento que todo regresa. El pánico, las pesadillas, el ahogo. Mi mente me traslada lejos, a tiempos que aún no he podido olvidar y que, con total seguridad, nunca llegue a dejar atrás del todo.

Entonces, como cada vez, el sonido de una risa me hace regresar. Unos brazos tiran de mí y dejo escapar una carcajada. Mis ojos se vuelven hacia las dos personas a mi lado, alejándome de nuevo de aquellos recuerdos. Finnick levanta a nuestra hija en alto y la lanza contra una nueva ola, contra la que se estrella soltando un agudo grito. La vemos hundirse en el agua para aparecer tan solo unos segundos después, riendo con ganas y pidiéndole a su padre que lo repitiera.

—¿No estás cansada ya? —pregunta él, cruzándose de brazos. Se me escapa una risa. La menor de la familia es prácticamente inagotable.

—Creo que os espero fuera —digo, volviendo la vista a la orilla.

Mi hija pequeña esboza una mueca. Agarra mi muñeca, haciendo un puchero.

—Solo un ratito más, mamá —me pide—. Acabas de entrar.

Siempre es así. Incluso con el paso de los años, me cuesta mantenerme más de unos minutos en el agua. Mis hijas han crecido acostumbradas a eso, pero siempre les cuesta entender por qué insisto en salir tan pronto.

—Te espero con tu hermana —le prometo, dándole un beso en la cabeza—. ¡Pasadlo bien!

Puedo ver la desilusión en el rostro de Nilou, pero esta se desvanece tan pronto como Finnick la levanta nuevamente. Salgo del mar con calma, pero sabiendo que no podría haber permanecido dentro por mucho más. Con los años, he aprendido a expandir mis límites, pero también que, una vez siento que estoy cerca de ellos, lo mejor es echarme atrás.

—No sé quién se lo pasa mejor, si papá o Lou —comenta Vai, mi hija mayor, mientras tomo asiento a su lado en la arena, algo alejadas de la orilla.

Rio, con la mirada puesta en ambos. Nilou grita como nunca mientras su padre le lanza incansablemente contra las olas. Con Finnick de espaldas, soy capaz de distinguir algunas de las cicatrices que no llegaron a desaparecer del todo. Yo misma sigo cargando con tres finas marcas blancas en el cuello que aún provocan miradas entre el resto de habitantes del 4.

Aún transcurre cerca de media hora hasta que Finnick y Nilou salen del agua. Mi hija corre hasta mí y me abraza, empapándome de nuevo. Rio con ganas, mientras finjo intentar sacármela de encima. Finnick toma asiento a mi lado, contemplándonos divertido. Nilou se vuelve hacia su hermana y le ruega que le acompañe a la orilla a recoger conchas para hacer un collar. Vai me dirige una mirada resignada, pero le hago un gesto para que vaya con ella. A regañadientes, se pone en pie. Nilou le toma de la mano y tira de ella.

—¡Ya voy, ya voy! —protesta la mayor.

Les veo alejarse con una sonrisa. Finnick me rodea con su brazo y yo apoyo la cabeza en su hombro, como tantas veces. Es un gesto tan familiar que ya es una costumbre. Me gusta sentir su tacto cerca, saber que él se inclinará a besarme en algún momento o me acariciará el pelo, a la vez que protesta sobre cómo se le mete en el ojo cuando me recuesto contra él. Pero, aún así, nunca me aparta.

El amor cambia con el tiempo. Aprendí a amar a Finnick en lo que, sin duda, fueron los momentos más difíciles de nuestras vidas. Era mi soporte, mi guía. Cuando todo ello acabó, cuando pudimos realmente empezar a vivir y no a sobrevivir, evolucionó, pero no por ello perdió fuerza. Las cosas eran distintas y, por ese motivo, nuestra segunda boda fue distinta, como ambos quisimos. Fue nuestra, no del 13, ni de Plutarch, ni de Snow, ni de Panem. Solo nuestra.

✓ EYES OPEN » finnick odairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora