Flores

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Era verano. Hacía mucho calor, mucho mucho calor, es más, el sol parecía radiar más solemnemente de lo que antes jamás lo había hecho, enviando radiaciones incandescentes que cegaban a aquel que inocentemente giraba su cabeza a mirarlo. No habían nubes blancas que proyectaran un ápice de sombra, todo el cielo estaba reinado por la gran bola de fuego, esa de la que la gente se quejaba por el calor, esa que extrañamos en invierno y aborrecemos en primavera.
Eran las 11 de la mañana y un pequeño niño de mirada dulce recogía flores. Su mirada se veía centrada en aquellas rosas blancas, su lengua sobrasalía y era ligeramente mordida por sus dientes en señal de concentración. Sus mejillas estaban teñidas de color manzana por el esfuerzo y el calor, en ellas abundaban unas graciosas pecas que le otorgaban un aspecto aún más infantil. Sus ojos marrones brillaban felices e ignorantes. Vestía una camisa marrón llena de un estampado extravagante de flores pardas de todo tipo y tono. Unos pantalones a rayas y una corbata roja y blanca mal atada. Sus pies estaban protegidos por unos botines color wisky.
Para protegerse del fuerte sol llevaba un sombrero marrón, su cabello caía hasta un poco más arriba de sus hombros en estrambóticos tirabuzones castaños. El niño no era muy moreno y probablemente acabó quemado tras aquella mañana bajo el sol, aunque su sonrisa demostraba que no le importaba.
Trás un viejo roble, carcomido por el tiempo, otro pequeño niño asomaba su cabeza viendo como el estrafalario muchacho recogía aquellas flores. Él vestía un chaleco chocolate arriba de una camisa marrón con dibujos de flores amarillas y unos pantalones pistachos. Iba descalzo y realmente le daba igual, andaba sobre una cómoda hierba. Sus mejillas estaban salpicadas por algunas pecas, aunque no tantas como el otro niño, sus ojos eran grandes y marrones, tan claros como la luz del día. Su pelo era una mata de cabellos desparramados y sin orden, el flequillo le tapaba parte de sus ojos y sus labios entreabiertos y rosados dejaban entrar y salir el aire que respiraba.
Dio un paso en falso y una ramita se rompió bajo sus pies. La cabeza del otro chico giró rapidamente en dirección adonde el ruido había sonado. Los dos se miraron asustados y sin saber que decir. Fue tan solo unos segundos, el chico de las flores y el chaval que aún tenía parte de su cuerpo escondido tras el centenario árbol. Sus miradas marrones se encontraron, impresionadas, incluso se olvidaron de respirar. El viento seguía sin soplar, el sol seguía brillando, el cielo seguía sin nubes y las flores seguían de sus respectivos colores.
El chico del árbol, llamado Brendon rompió el silencio.
-Perdona, yo... ya me iba.
Tartamudeando y aún con la imagen del otro chico en la mente dio media vuelta apresurado, a punto de echarse a correr lejos de allí cuando la voz del otro chico, llamado Ryan, fue entonada:
-¡No, espera!
Brendon esperó y volvió la mirada otra vez.
-¿Quieres.... ayudarme con las flores?
Tras un revoltijón en el estómago, accedió y fue raudo hacia Ryan. Brendon siempre había admirado la manera en la que cogía flores y las pegaba sobre un libro, escribiendo notas con una pluma. El ser descubierto e invitado a ayudarle fue como un gran regalo recién abierto y puesto en marcha.
-Mira, estas son rosas blancas, son preciosas, ¿a que sí?
Brendon entonó una sonrisa.
-Si.
-Y estas amapolas, ten cuidado, son frágiles.
-Está bien.
-Mira- Ryan abrió su cuaderno - solo nos faltan por encontrar... está -señaño el dibujo de una flor morada. -está - una flor azul - y.... está - una flor negra.
-¿Existen las flores negras?
-Eso parece, pero jamás he visto una. ¿Crees que la encontraremos?
Brendon, asombrado por como su nuevo amigo contaba con él, respondió:
-¡Claro!
Ryan rió y cerró el cuaderno.
-Esta tarde a las 5. No me falles.- dijo alegremente.
-Aún no se tu nombre - dijo Brendon.
-Que más da - rió Ryan.
-¿Entonces como te llamo?
Ryan apolló la barbilla en su mano y puso una expresión pensativa.
-Por ahora llamame amigo.
Dicho esto se levantó y se fue.
-Amigo... - pensó Brendon en voz alta.

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A las cinco de la tarde Brendon se dirigía al mismo lugar donde había pasado parte de la mañana y donde había hecho un nuevo amigo.
Sus pies descalzos estaban manchados de tierra y plantas, su sonrisa estaba manchada de ternura y emoción. Apresuró el paso y llegó, allí sentado se encontraba Ryan.
Ryan giró y al ver a Brendon una fugaz sonrisa surcó su rostro cual estrella fugaz navega el cielo.
-¡Hola!
-Hola - dijo nervioso Brendon - emm... mira, he conseguido esto.
Su mano se alzó y dejó ver el objeto que sujetaba: una flor morada.
Ryan exaló de sorpresa.
-¡Dejame ver! - impresionado corrió hacia Brendon. Tras examinarla gritó: -¡Es esta! Pero.... ¿dónde...?
-En un jardín, cerca de mi casa, no creo que la vecina se de cuenta. - afirmó.
-Valla... - Ryan seguía ensimismado mirando la flor. Segundos después alzó la vista hasta Brendon.
- Gracias.
- Somos...un equipo - Brendon hizo un gesto con la mano restándole importancia.
- ¡El mejor equipo! - aseguró Ryan. Luego abrazó a Brendon, cosa que le pilló por sorpresa pero que correspondió al instante. Ryan se separó.
-Solo nos quedan dos, la azul, que pone que se llama Anagallis foemina Mill y la negra, Viola Molly Sanderson.
Los dos se tumaron boca abajo sobre la hierba observando las fotos de las flores que debían encontrar.
-¿Qué tienen de especial las flores?
Ryan se sorprendió ante esta pregunta y meditó antes de responderla.
-Las flores... a mi madre le encantaban las flores. Recuerdo tener el jardín repleto de ellas, de mil colores y tipos distintos. Veíamos como las abejas las polinizaban y podíamos estar horas trasplantádolas mientras cantábamos. Recuerdo que a cada color le dábamos un significado: las rosas rosas eran el amor, las moradas la tranquilidad, las amarillas la luz del sol, las blancas la nieve....
《En invierno sobrevivían pocas, así que nos dedicabamos a las de interior, teníamos algunas que se abrían por la mañana y se cerraban por la noche, intentábamos ver como lo hacían pero casi siempre nos quedábamos dormidos.》
《No se qué fue lo que pasó, pero a mi madre dejaron de gustarle las flores, las tiró todas, el jardín quedó vació al igual que su corazón. En realidad creo que jamás le gustaron las flores.》
-¿Po...porqué hizo eso?
Ryan miró a Brendon con los ojos un tanto cristalinos.
-Dijo que le recordaban a mi.
-No lo entiendo...
-Mi padre era una mala persona. Siempre hacía y sigue haciéndo a mi madre llorar. Yo nunca ... nunca supe porqué mi madre le quería, yo no le soportaba. Un día le dije que se fuera, que le odiaba, él se enfadó y se fue. Pensaba que era un héroe, que mi madre me lo agradecería.... pero ella solo me dijo que era un idiota. Me pegó y juró que... yo ya no era su hijo, en el momento en el que empezó a odiarme, empezó a odiar las flores.... En realidad... cre, creo que siempre me había odiado.
Ryan se encontraba al borde de las lágrimas, hiperventilando y sin poder seguir su relato. Brendon le abrazó para consolarle. La cabeza de Ryan estaba en su torso y la barbilla de Brendon apollada en la cabeza del otro.
-Ella no te odia....
-¡Sí! ¡Si que lo hace! ¡Todos lo hacen!
-No... yo, yo te quiero.... amigo.
Ryan se aferró más fuerte a Brendon. Sus ojos se alzaron y le miraron. Era la cosa más inocente que los ojos café del chico descalzo hubieran visto.
-Gracias - dijo sollozando.
Brendon le acarició durante un rato el pelo y cuando Ryan se calmó, le dio un tierno beso en la frente y siguió acunándolo en sus brazos, a salvo de todo mal.
Ryan acabó durmiéndose, en los cálidos brazos de su amigo, que también acabó por dormirse.... y así pasaron la noche.

Noches despiertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora