Y entonces comencé a recordar, y todo eran recuerdos. Comencé a pensar y todo eran pensamientos. Comencé a desear y todo eran deseos. Comencé a amar y todo era amor... hasta que comencé a odiar y todo era odio. Hasta que comencé a llorar y todo era llanto. Hasta que comencé a arrepentirme y todo era arrepentimiento. Hasta que comencé a morir y todo era muerte.
Quizás eran tus ojos, del color del café molido que cada mañana tomaba, no creo ni que me gustara, tan solo que me recordaba a ti. Por eso cuando recordé todo eran recuerdos.
Quizás eran tus sonrisas las que, por la noche se colaban y susurraban, las que me quitaban el sueño y que me obligaban a pensar en ti. Por eso cuando pensaba todo eran pensamientos.
Quizás eran tus manos, tatuadas y que recordaba de memoria, aquellas que quería que nadaran sobre mi cuerpo y deseaba que rozaran mi piel. Por eso cuando deseaba todo eran deseos.
Quizás no fuera nada de todo lo anterior, quizás simplemente fueras tú. La persona que cambió en un momento toda aquella cordura e intelecto que conservaba. Por eso cuando te amé, todo fue amor.
Quizás no fuera el contexto, quizá fuera yo. No era suficiente, y tenía miedo, terror, y no creo que jamás me lo perdone. Por eso cuendo me odié, todo fue odio.
Quizás fueran aquellas fotografías que no tenía para, cuando al mirarlas, acordarme de tí, sino para cuando me acordara de tí, mirarlas; las que me provocan todas las lágrimas saladas. Por eso cuando lloré, todo fue llanto.
Quizás todo hubiera sido más fácil si nunca nos hubiesemos mirado, si jamás hubieramos compartido unas palabras o apenas un roce. Algo que aún recuerde. Por eso cuando me arrepentí, todo fue arrepentimiento.
Pero la vida no se detiene por mucho que uno rece, arrodillado ante los pilares de la discordia y la majadería. Sin embargo, intentaré detenerla a mi manera, y sin embargo sentiré a mi manera. Por eso moriré lentamente, para que todo sea muerte, y una vez todo acabe, tratar de evitar el mismo baile.
