Ella

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Ella era diferente.

A veces, cuando la tarde se mezclaba por la noche como su sonrisa se mezclaba en mis pasatiempos, asomaba yo por mi ventana y la veía andar por el barro del otoño.

Dejé de tenerle miedo a la noche cuando ella aparecía en el jardín y sus botas rosas pastel chafaban la tierra cuidadosamente para no aplastar ninguna de las flores. La oía cantar despreocupada una melodía infantil que sonaba débilmente para no ser oida por malechores. Su voz era tierna, embriagadora. Hacia de aquellas nocturnas veladas algo cálido, era una pequeña vela que iluminaba mis pesadillas para cuando abriera mis ojos, descubrir que no debía tener miedo porque nada malo había allí.

Sus rizados cabellos se movían como algodon de azúcar, me encontré a mi misma deseando pasar mis dedos por entre aquellos rubios casi blancos hilos dorados. Me arrepiento de ser la clase de persona que ve una estrella fugaz y pide un deseo en vez de levantarse e ir a cumplirlo, porque durante todas las noches deseé serlo, deseé poder acercarme a ella y recoger flores juntas para luego acariciarle el pelo, oirla cantar y mirar sus ojos.

No sabía de qué color eran.

Me los imaginaba morados, sí. Alguien tan especial debería tener unos ojos especiales. De un color púrpura brillante, el morado era un color mágico y ella también lo era. Pero desde mi habitación no podía averiguarlo. Pero estoy segura de que son especiales, lilas tal vez, rosas quizás, o rojos. Soñaba con saberlo, abrazaba a mis peluches de algodón y daba vueltas y vueltas imaginando cómo debían ser.

Noche tras noche, aquello se convirtió en mi tradición favorita. Aquel inocente angel parecía haber sido enviado para hacerme sentir, y lo que sentía podía fácilmente confundirse con un cuadro abstracto y altisonante cuyo significado tan solo comprendían aquellos que se arriesgaban a perder.

Sus manos, de piel blanquecina nacarada dejaban al trasluz la posibilidad de apreciar las venas de sus brazos, que recorrían su interior como una constelación ferrosa y escarlata.

Y aún así, seguía sin saber el color de sus ojos.

Le conté a mamá sobre esa niña, luego mamá se lo contó a un señor algo mayor, ya entrado en los sesenta y con el cabello grisáceo como la ceniza en la que el ave fénix se convierte. Ella me recordaba al ave fénix, le dije una vez a aquel señor de bata blanca mientras mordisqueaba uu bolígrafo negro, porque ambos eran igual de inalcanzables, un sueño para algunos, un fantasma para otros, un deseo para mi.

Aunque no comprendía el porqué le contaba aquello a aquel señor, lo hice, o mamá me castigaría.

Pero una noche, en la que estaba regando las flores rosas y moradas, ella apareció antes de tiempo. Por un momento me asusté, apareció de repente y la regadera cayó al suelo. Y la vi.

Sonreía, nunca pude olvidar aquella sonrisa. No mostraba los dientes, pero los hoyuelos que formaban sus mejillas eran tan inocentes que me obligaron a no temer. Su tacto era frío, cuando me cogió la mano y con suavidad acarició la palma de esta, produciendome unas corrientes eléctricas que no sabría describir.

Y sus ojos.

Sabía que aquellos ojos debían ser de un color especial, sabía que ella no era como todos los demás. Eso mismo le dije al señor de bata blanca, que seguía sin entender que aunque me encerrara en aquella habitación ella aparecía y seguía acariciando mis manos. También le dije eso a mi madre, cuando me gritó al ver toda la sangre que había en mis brazos ¿como había llegado tanta sangre allí? Lo mismo le dije a ella, mientras me perdía en la totalidad de sus brillantes ojos blancos y me respondía:

-No soy especial, tan solo soy diferente. -Y seguía acariciandome los brazos.

-¿Como ha llegado toda esa sangre ahí?

-El amor duele.

Y todo se volvió tan blanco como sus ojos.

...

El final es caca pero no se me ocurría nada.
:3
Paz y amor

Noches despiertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora