Cambiando de rumbo

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Querria acostumbrarme a esta sensación. Lo que antes era un abismo negro hoy parece una noche oscura, poética, el mismo color para sensaciones distintas, como un hipócrita creyendose su propia escusa bañada en alcohol barato. Como un gato negro señal de mal augurio pasa a ser un amigo de perlas afiladas, el universo al fin y al cabo no nos da señales al camino. Por ello, siento haber tomado el control del barco, el timón barnizado no me clava astillas en las manos y mi sombrero de tres picos con el ala izquierda ligeramente más grande que la otra, me da sombra en mi sonrisa de mar salada, notando como las lágrimas que cazo con mi lengua antes eran tristes y ahora son de júbilo. Ha sido como cambiar de rumbo.
De repente la noche no se basa en buscar la luz de las farolas, sino de zambullirse en las sombras jugando al escondite. El sol de verano ya no me quema la piel, ni me achina los ojos, ahora solo me recuerda que el día también existe. Ahora el tenerte lejos no es sinónimo de angustia, sino el preludio del final de la película, cuando el protagonista cambia la historia anterior.  O cuando el chico va a por la chica, quizás sigo siendo una romántica empedernida.

No me malinterpretes, sigo echandote de menos, pero he aprendido a mirar por la ventanilla para disfrutar de las vistas del viaje. He aprendido a esperar mis veinte minutos de la mañana antes de tomar el primer sorbo de café. Y he comenzado a querer dar ese paseo antes de saltar al agua.

Entonces voy yo, y como una hipócrita me creo esto. Creo haber cambiado de rumbo mientras me digo que las lágrimas que ruedan por mis mejillas son de alegría y no porque el único lugar al que llamo hogar está entre tus brazos.

Quizás sí que te necesito más de lo que quiero admitir.

Noches despiertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora