XXVIII. El ángel entre demonios

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—No puedes venir —vuelvo a repetir.

Ryden me mira con una seriedad muy impropia de él.

—Quiero estar contigo y con mi hermano.

Me paso una mano por la frente. Suspiro y le pido a todos los astros sacar fuerzas de donde no las hay para poder aguantar esto y lo que me espera después.

—Tienes que quedarte cuidando de Cristhian —le recuerdo.

—Puedo enseñar a su hermana a cuidarlo.

Lo miro con seriedad.

—Los dos sabemos que lleva tan solo un día con la herida y hay muchas cosas que pueden salir mal, las cuales Jocelyn no tiene capacidad para saber gestionar.

Él se cruza de brazos, resignado a aceptar el no venir conmigo. Yo lo miro pidiendo que deje el tema de una vez. Llevamos más de quince minutos discutiendo sobre lo mismo y no da su brazo a torcer.

—Ryden, por favor —le imploro con cansancio—. No me hagas las cosas más difíciles.

—Pero no quiero que te enfrentes sola a esto.

—<<Esto>> son mis problemas, los tengo que solucionar yo por mi cuenta y no quiero meterte en esto.

Tampoco quería meter a Tanner, pero él no me había dejado otra opción. Además de que él fue el que se encargó ayer de comprobar que mi padre no se encontraba en casa. No me preguntéis cómo lo ha hecho, no lo sé. Y sinceramente, llegados a este punto ya pocas cosas me importan.

Ryden me mira a los ojos y por la forma en la que sus ojos se entornan sé que está a punto de ceder

—Prométeme que llevarás cuidado —me pide.

Yo lo miro a los ojos mientras me acerco a él.

—Te lo prometo —le aseguro, aunque no yo misma sé si se va a cumplir o no.

Él me mira una vez más antes de terminar de cerrar el espacio entre nosotros y darme un suave beso en los labios. Yo cierro los ojos ante el contacto de su piel con la mía, porque tengo miedo a perder esta sensación, a no volver a sentirme igual nunca más.

—Te quiero, Kate.

—Y yo a ti, Ryden —le respondo mientras mi mano acaricia su mejilla.

Capturo con mis ojos cada parte de su cara. Sus rasgos, su expresión, el color de sus ojos, el de sus labios. Intento que todo se quede grabado en mi mente como si fuera una pintura perfectamente realista en mi mente.

—¿Nos vamos? —pregunta Tanner de repente.

Por supuesto, él ya se había despedido de su hermano, por lo que la hora de irse ha llegado.

Me giro hacía él y asiento con la cabeza.

Una vez llego a su altura, Tanner me pone su mano en la parte baja de mi espalda y me guía hacía su coche.

—¡Katherine, espera! —me grita Ryden, de repente.

Me paro en seco y me giro hacía él.

—Estoy es tuyo, se me olvidó dártelo hace una semana.

Me tiende una llave, que se posa en la palma de su mano.

Miro hacía el objeto y luego lo miro a él.

—Lo encontré en la habitación de tus padres el día que te desmayaste.

Y es entonces cuando lo recuerdo todo; esa llave es la llave que abre el cajón del despacho de mi padre. El que no pude abrir. El cajón que tengo la ligera sensación que me pude llevar a un punto clave.

La nueva obsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora