Capítulo ocho.

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Andrea tamborileaba lo dedos sobre la mesa con el ceño fruncido, todo estaba tardando más de lo que le habría gustado en realidad y no quería tener que pasar un año entero dentro de ese mundo, pero definitivamente debía hacer algo productivo mientras estaba viviendo en casa de Mía y su mamá. La tarde anterior después de haber regresado del colegio, la madre de Andrea había regresado exhausta del trabajo para poder descansar. Andrea, que estaba haciendo tarea junto a Mía en la sala, no pudo evitar sentirse culpable de pensar en que probablemente se estaba esforzando más de lo que debía.

—¿No comerás nada hoy tampoco? — preguntó Chiara—. ¿Por qué nunca comes nada aquí? ¿Tienes estómago delicado?

Andrea no había ahorrado nada de dinero esa semana, pero no es porque en realidad no sabía hacerlo, la razón es que su madre apenas podía dejar dinero para el almuerzo y ella tenía que racionalizarlo para que no salga como un desperdicio. Y aunque al principio Andrea intentaba no prestar demasiada atención en el asunto, le preocupaba que Mía no absorbiera los nutrientes necesarios por la poca comida que consumía.

—Creo que necesito trabajo— murmuró Andrea—. No podré nunca acostumbrarme a esto... ¿qué empleos te pagan por no hacer nada?

Chiara escupió la papa que estaba comiendo en una sonora carcajada, y por primera vez desde que había llegado, Andrea se había enojado con ella por no tomarla en serio. Hace varios días jugaba con la posibilidad de conseguir un empleo para ayudar un poco en el hogar, en especial para que la madre de Mía dejara de trabajar en el asqueroso bar que tenía que ir todas las noches.

—¡Claro! — golpeó su frente—. ¿¡Cómo no pensé en Walter!?

Se levantó de su asiento. Con la suficiente suerte, podía escabullirse por algunas horas del colegio sin que ninguna autoridad notara su ausencia, aunque si llamaban a casa, de todas formas, nadie respondería para atender el llamado de atención hacía ella. Antes de poder girar para sacar el pie fuera de la mesa, chocó en seco con un cuerpo lo suficiente fuerte para echarla atrás.

—¿Te irás? Creo que juntarte mucho con Dareh empiezas a tener sus mañas.

La voz y presencia de Thiago la había tomado desprevenida, se acomodó en su asiento para dejar que él lo haga a su lado, recogió su cabello para acomodarlo de un solo lado, evitando el contacto visual.

—Solo... planeaba estirar mis piernas.

—No es cierto, se iba a escapar como mi papá— intervino Chiara.

Andrea le dio una rápida mirada a Chiara pidiéndole que se callara, que enseguida bajó la suya para seguir comiendo de su charola como si en realidad nunca había hablado en primer lugar. El tiempo no le bastaría lo suficiente ahora que Thiago había interrumpido su plan poco elaborado de huida, necesitaba encontrar un momento adecuado en casa entre los horarios desordenados de descanso de su madre, intentar que Mía no se mate estando sin una supervisión adulta y el intento de mantener la beca para su yo de ese mundo.

—¿Quieres?

La pregunta de Thiago la había hecho volver a la realidad, que le extendía una bandeja desechable de fruta picada aún cerrada.

—¿Yo?

—¿A quién más le iba a traer esto?

—No... no puedo aceptarlo.

—No has comido en toda la semana, no al menos aquí... y detesto la fruta picada, sería una pena que se desperdiciara.

Thiago tomó las manos de Andrea para obligarla a tomar la bandeja y un poco cohibida, apenas pudo sonreír del agradecimiento. No estaba acostumbrada a recibir un regalo fuera de su cumpleaños, y no sabía qué tipo de palabras deberían usarse para ese tipo de situaciones en donde la otra persona te quedaba observando con una gran sonrisa. Así que optó por la opción más viable, el levantarse e irse.

Metanoía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora