Andrea sintió un brazo rodearla por su cintura, tocó su mano esperando sentir a los dedos diminutos de Mía, pero soltó un grito y pataleo al no reconocer la mano que estaba abrazándola, apenas Dareh se había movido y en su lugar escondió su rostro en el cuello de Andrea y aspiró fuertemente.
—Hueles bien, pequeña A— murmuró.
—¡Quítate!
Andrea pataleó hasta que Dareh cayó al suelo aún adormilado, el corazón le latía con fuerza y aún podía sentir las manos de él sobre su cuerpo, su rostro estaba completamente rojo; jamás había estado tan cerca de un chico, en especial porque prefería evitarlos a toda costa.
—¿¡Qué crees que hacías!? ¡Aprovecharte así mientras duermo... papanatas!
Dareh rompió en una carcajada luego del insulto de Andrea, y ella creyó que no lo había escuchado reír desde hace mucho, intentó dejar su ceño fruncido, aunque su enojo había desaparecido ya hace mucho; en realidad ni se había enojado, pero finjamos que si le creemos.
—Iré a darme una ducha— anunció—, pronto dejarán un uniforme para ti. No me extrañes demasiado.
La puerta se abrió y volvió a cerrarse en un pestañeo, Andrea cubrió más su cuerpo con la manta y la leve idea de estar durmiendo donde Dareh también lo hacía le parecía extraño. Dos golpes en la puerta la hicieron sobresaltar, un señor con el cabello blanco entró con el uniforme que le había avisado Dareh, lo dejó en el borde de la cama y Andrea murmuró un gracias sin destaparse, apenas estaban visibles sus ojos cuando el señor salió.
Se levantó de la cama y dejó caer sus pies sobre el frío suelo, necesitaba echarse una ducha porque creía que aún olía a distancias la hierba que se le había pegado en el cabello, además de que probablemente debía esperar a Mía cuando llegara con Walter y su madre, solo para no preocuparlos en un posible retraso.
Salió de la habitación y vio las innumerables puertas que antes no había notado por la noche, estaba segura de que había demasiadas habitaciones vacías y varios baños en diferentes partes de la casa, después de todo, así también se había distribuido la suya en su mundo. Abría puerta tras puertas y las cerraba cada vez que no era el baño, hasta que finalmente abrió una que estaba completamente segura de haber acertado. Observó como Dareh lavaba su cabello y fijó su vista en ella en cuanto su rostro se asomó por la puerta.
—¿Te vas a quedar ahí y no piensas pasar? — preguntó burlonamente.
Andrea volvió a cerrar la puerta con fuerza y apegó su espalda en la madera, cubrió su rostro intentando borrar la imagen tan detallada de lo que acababa de ver. Estaba pintada como un tomate mientras maldecía su mala costumbre de no tocar antes de entrar.
—Maldita sea, ¿por qué es tan guapo? — golpeó sus cachetes en un intento de relajarse—. ¿Por qué hace tanto calor?
—¿Señorita?
Andrea giró en redondo pegando el uniforme a su pecho, el rostro del padre de Dareh que conocía de su mundo fue lo que la recibió. Tenía las gafas puestas, era idéntico al hijo en todos los sentidos, con la única diferencia que uno llevaba una barba algo crecida.
—¡Claro, la novia de mi hijo!
—¿Por qué todos en esta familia son tan guapos? — murmuró.
—¿Disculpe?
—¡Nada, nada! Buenos días, señor.
—Mi esposa me había dicho que Dareh había llegado con una chica la noche anterior, ¡sería imposible regañarlo cuando yo metí a su madre tantas veces a mi habitación! — Andrea rascó su nuca, nerviosa por la falta de seriedad—. ¿Si usan protección?
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Metanoía.
Teen FictionAndrea se ve envuelta en un mundo nuevo con personas que ya conocía después de su cumpleaños número dieciocho, al despertar descubre que ha regresado un año en el tiempo con un ligero cambio: su vida no es como antes. Las personas que ella antes con...