Capítulo once.

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Andrea dejó un beso en la cabeza de Mía y luego uno en la de su madre, esta última había conseguido un reemplazo en el bar fingiendo sentirse enferma para que Andrea saliera sin problema; ambas estaban sentadas en el sofá viendo la televisión y cubiertas con una sábana.

—No regreses tan tarde— exclamó la madre de Andrea—. ¿Segura que ese muchacho las llevará y traerá?

—Sí mamá, pero primero debo ir a la casa de Chiara, no es tan lejos...

En realidad, estaba más lejos de cuando vivía en su otra vida, pero se negaba a que su madre se preocupara por ella, además de que no era tan tarde como para que no pueda caminar sola por la calle.

—¿Solo irá Thiago y ella? — preguntó Mía.

Andrea sabía que Mía no le agradaba Dareh, varías veces la había pillado observándolo de reojo y con desconfianza, aunque fueron muy pocas las veces en que intercambiaron palabras. Mía no era una persona tan tímida, en realidad, era una niña que hablaba hasta por los codos con todas las personas que estaban alrededor, pero con él fue diferente.

—Thiago me invitó, así que supongo que solo estaré con él y Chiara— respondió con suavidad—. Regresaré temprano, no me quedaré tanto tiempo.

Salió de casa caminando lo más deprisa que podían sus pies para que la noche no le cayera tan deprisa, sabía la dirección de Chiara porque era la misma que en su mundo, y muchas veces había caminado a su casa cuando eran niñas y se enojaba con su madre. Tocó el timbre, un poco nerviosa, le parecía extraño estar en su casa desde la última vez porque había ido a parar a un mundo conocido y desconocido a la vez.

—¡Chiara, tu amiga! — exclamó la madre en cuanto abrió la puerta—. Adelante, toma asiento.

Se escuchaban las pisadas apresuradas de Chiara en la planta de arriba, iba de un lado a otro hasta que se detuvieron de golpe, los pasos rápidos en la escalera le avisaron que ya estaba lista para recibirla, pero en cuanto la vio, su sonrisa se desvaneció.

—¿Qué es lo que tienes en la cara? Quiero decir... lo poco que tienes en la cara, ¿por qué rayos te ataste el cabello? — exclamó Chiara al verla.

—¿Qué? Ah... te dije que no tengo maquillaje en casa, vine caminando y no quería sudar demasiado.

—No sería buena amiga si te dejo salir así de casa.

La tomó de los hombros y la acercó al espejo más cercano que tenía, soltó la coleta y arregló su cabello lo mejor que podía sobre sus hombros, buscó entre su bolsa el poco maquillaje que había llevado en caso de que necesitara retocarlo y le aplicó un poco a su amiga.

—Me alegro de que tengas nuevas amigas, Chiarita— exclamó su madre—. Tú última amiga...

—¡Eh, no! — interrumpió—. Mamá, no hablamos sobre personas del pasado.

—Cierto. Pasado, pisado.

La madre abandonó la sala para dejar a su hija terminar de maquillar a su amiga.

—¡Deja de mover la nariz! — refutó Chiara.

—¡Es que me pica! ¿Qué me estás poniendo?

Andrea se acostumbraba a maquillarse todos los días, pero los pocos meses que se había estado quedando ahí, ya se había acostumbrado a no hacerlo porque no tenía maquillaje en casa, además de ser demasiado caro como para gastar el poco dinero que tenían sin culpa.

El claxon de un auto las hizo sobresaltar a ambas, Chiara se apresuró a darle los últimos retoques de maquillaje y guardó todo en su bolsa antes de salir por la puerta y despedirse de su madre. Thiago estaba estacionado fuera, y se apresuró a salir para abrirle el asiento de copiloto a Andrea, se colocaron los cinturones listos para marchar.

Metanoía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora