Capítulo nueve.

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El rugido de un motor a medias había hecho que Dareh se desespere, había perdido la primera hora de clase porque su moto se negaba a encender a como diera lugar. No había podido pedirle un aventón— como suele decirle él— a su padre porque había salido demasiado temprano de casa para su oficina y estaba seguro de que llegaría a tiempo en su moto.

—¡Maldita sea! — exclamó una vez más en un intento de encenderla—. ¡Vamos, pedazo de mierda! ¡No voy a perderme la hora de arte!

Se quitó el casco que tenía puesto y pateó la moto con frustración, esta cayó al suelo provocando un estruendo entre todo el silencio. Si hubiese salido más temprano, entonces podía haberle pedido a su padre que lo lleve y no tendría que estar refunfuñando por una moto por perderse su clase favorita.

—¡Por tu culpa llegaré tarde nuevamente!

Dareh intentó volver a encenderla, se negaba a usar uno de los autos de su padre porque detestaba conducir algo que tenga más de dos ruedas, le resultaba asfixiante estar encerrado en cuatro paredes para tener que encerrarse en un cajón de hojalata. Después de un último intento, la moto encendió con todas sus fuerzas, Dareh levantó los brazos en señal de victoria y volvió a colocarse el casco.

Apresuró el paso lo que más le permitía su vehículo, si pasaba más de la segunda hora llamarían a sus padres para avisarle de una posible ausencia, y lo que menos necesitaba era un regaño no buscado de parte de ellos. Se estacionó en el mismo lugar que siempre suele ocupar frente a la puerta principal del colegio, el timbre escuchado a lo lejos le aseguró que apenas iban a dar el receso de tres minutos para el cambio de aula, así que apresuró sus piernas mientras esquivaba a personas por el pasillo. Necesitaba hablar con Andrea sobre retomar las tutorías, no iba a ser amable preguntando si quería asistir, simplemente le diría la hora y luego se marcharía para no darle opción a objeciones sin sentido.

—¡Oye!

Se detuvo de golpe, giró el cuello y observó como Sara lo miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Dio pasos lentos hacía ella, sabía de sobra que le molestaba cuando hacía eso porque era demasiado impaciente, ladeó la cabeza y levantó una ceja con curiosidad.

—¿Qué rayos te pasa?

—¿De qué hablas?

—Eres un idiota, me besas y luego sales corriendo detrás de la chica nueva, me... ignoraste toda la anterior semana.

—No es cierto, tú lo hiciste, siempre lo haces.

Sara intentó colocar su mejor cara de ofendida, pero en el fondo sabía que era completamente cierto. Había evitado a toda costa chocarse con él en los pasillos, y cuando tocaba clases compartidas, entonces se sentaba lo más lejos posible para no tener que intercambiar palabras en toda la jornada escolar.

—¿A qué jugas, Sara? No puedes tenerme como idiota en un juego donde solo tú dices cuando se mueve o no.

—No estoy jugando contigo, yo...

—¿Y el estúpido beso con Thiago qué? ¿Te piensas que voy a estar detrás de ti toda la vida como antes?

—No te quejabas la semana pasada mientras me besabas— refutó—. De hecho, nunca te quejas mientras me besas.

Dareh dio varios pasos hacía ella sin quitarle la mirada de encima, mientras que Sara intentaba retroceder hasta chocar con la pared y dar un pequeño sobresalto, él coloco ambas de su mano a su alrededor para evitar que escapara, no le importaba que las personas lo vieron, jamás le había importado que alguien lo viera en su relación con Sara. Antes de que él pueda refutar para intentar molestarla, una risa llama su atención para que levantara la mirada en su búsqueda.

Metanoía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora