Capítulo veinticuatro.

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Andrea bajó las escaleras deprisa mientras buscaba el comedor, ayer recién habían terminado de instalar todas las cosas de su hogar— aunque en realidad eran pocas— en casa de Walter, no se había acordado de todas las habitaciones que su madre le había repasado anteriormente y a diferencia de Mía, se sentía fuera de lugar en una casa demasiado grande.

—¡Hermana, nos vamos!

Andrea dejó de intentar buscar el comedor y salió corriendo hacía la puerta para salir y juntarse a su madre y hermana que ya se encontraba en el auto de Walter. Cerró la puerta del vehículo detrás de ella mientras intentaba recoger todas las cosas que tenía en mano y habían caído apenas entró, las guardó lo mejor que pudo en la maleta mientras se dirigían en dejar a Mía para el colegio.

—¿Trajiste los exámenes para el médico? — preguntó su madre.

—Creo... que lo tengo por aquí.

Empezó a rebuscar con más ahínco hasta que encontró la hoja doblada correctamente entre unos cuadernos, se la extendió a su madre y revisó los mensajes en el celular, una sonrisa se posó en sus labios cuando leyó el de Dareh que sobresalía entre los demás. Mía alargó su cuello para leer el mensaje y luego sacó la lengua en señal de asco.

—¡Andrea si tiene novio! — exclamó.

—¡No es cierto!

—¡Te he visto el mensaje! ¡Te ha dicho cariño!

Andrea llenó sus mejillas de aire, apenas le había dado tiempo a ella de terminar de leer el mensaje para haberse dado cuenta que la había llamado de esa forma. Guardó su celular y se cruzó de brazos sin dirigirle la mirada a Mía, que giraba curiosa cada vez que el celular de su hermana sonaba con cada notificación.

En cuanto dejaron a Mía en clases, Andrea y su madre fueron llevadas por Walter para el consultorio médico. Su madre quería asegurarse que estuviera mejor de salud y le había insistido en realizarse los exámenes correspondientes, Andrea estaba segura de que no saldría tan mal porque había mejorado su hábito de comida desde el último desmayo.

Se despidió de Walter y dejó que su madre terminara de despedirse, así que se alejó unos pasos mientras se aferraba a las tiras de sus maleta. Observaba como varios pacientes entraba y salían, algunos en sillas de ruedas y otros en muletas, hasta que una anciana tiró de su manga para llamar su atención; tenía una pierna rota y se apoyaba de una muleta.

—¿Necesita algo?

—Señorita, ¿podría ayudarme en entrar para hablar en la recepción?

Andrea le dio un último vistazo a su madre y tomó de la mano a la anciana para ayudarla a caminar. Tenía la mano demasiado fría, que le sorprendió al tacto, caminaba demasiado rápido, así que Andrea supuso que en realidad llevaba varios meses con el yeso y que debía estar acostumbrada a tener que movilizarse de esa forma. En cuanto llegó, lo primero que la recibió fue el olor a desinfectante para piso mezclado con alcohol, el lugar estaba impecable y la luz blanca alumbraba más que el sol de fuera. Entonces, las personas se detuvieron en seco, todos menos la anciana y Andrea.

—Este cuerpo no fue el mejor para poseer— exclamó la anciana estirándose.

—¿¡Tú otra vez!?

—Mira, que tuve que poseer a una vieja para no asegurarme un golpe. Me cansé de andar en cuatro patas para advertirte con la mirada. — Se sacudió el cuerpo, como si intentara sacarse algún peso de encima—. ¿Has pensado en tu mundo?

—¿Por qué iba pensar en un lugar donde nada me hacía feliz?

—¿Por qué siempre es tan difícil con personas como tú?

Metanoía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora