I: Los origenes de Mia

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Desde que era una niña, siempre supe que era diferente. Mi nombre es Mia, y aunque vivo en un tranquilo pueblo llamado Villasantos, mi vida esta lejos de ser común. A los 17 años, mis días transcurren en una encantadora casa que comparto con mis padres.

Mi habitación en el segundo piso era un reflejo de mis pasiones. Las estanterías estaban repletas de libros de misterio y aventuras, y mis pósters de bandas de rock y constelaciones decoraban las paredes. Mi escritorio siempre estaba cubierto de bocetos y diarios llenos de mis propios sueños y dibujos.

Desde que soy una niña, tengo un don especial.
Soy capaz de recordar mis sueños con una claridad asombrosa. En algunas ocasiones, puedo influir en ellos, como si pudiera pintar paisajes en la oscuridad de la noche. Pero lo que me hace realmente única es mi capacidad para adentrarme en los sueños de otras personas.

Es viernes por la mañana. La luz del amanecer se filtra suavemente a través de las cortinas de mi habitación, y la promesa del fin de semana se siente en el aire. Con rapidez, me pongo las zapatillas y me deslizo por las escaleras.

Cada paso que doy hace que las tablas de madera crujan bajo mis pies. El olor del café recién hecho y las tostadas recién tostadas me guía directa a la cocina.

Ahí están, mis padres, en medio de su rutina matutina. Mi madre, con su cabello castaño y una sonrisa que podría iluminar la casa entera, maneja la cafetera y mi padre, un tipo canoso con una mirada sabia, se encarga de las tostadas mientras la radio lanza música de moda a todo volumen.

—Buenos días, Mía— me da la bienvenida mi madre con cariño— Recuerda, hoy después de la escuela tienes que ir a la casa del Sr. Smith. Él será tu nuevo profesor particular de matemáticas.

Dejé escapar un suspiro exasperado y miré a mi madre con una expresión de desagrado

—Pff, mamá—murmuré con molestia —Sabes de sobra que no necesito particulares...

Me dejé caer en una silla de la cocina, donde mis dedos comenzaron a tamborilear inquietos sobre la mesa.

— Mia, debes escuchar a tu madre— Mi padre me miró con seriedad

Su tono tranquilo pero firme dejaba claro que no había lugar para la discusión.

Suspirando, me di cuenta de que no tenía otra opción. Agarré una rebanada de tostada y una manzana, y salí de casa rápidamente, decidida a abordar el nuevo desafío del día.

Con mi mochila lista, cogí mi bicicleta y, a escondidas, decidí no ir a clases. En lugar de eso, me dirigí al lugar donde siempre encontraba consuelo y sabiduría: la casa de mi abuela.

Mis padres no compartían la misma pasión que mi abuela y yo teníamos por explorar los sueños. De hecho, no les gustaba que entrenara en mis habilidades, preocupados de que pudiera ser peligroso. Mi abuela, en cambio, era mi única guía en este viaje. Ella misma tenía un don similar y comprendía perfectamente las complejidades de adentrarse en los sueños. Desde que era una niña, pasaba horas junto a ella, explorando este misterioso mundo de los sueños, perfeccionando mi habilidad y aprendiendo a controlarla.

La casa de mi abuela estaba situada un poco a las afueras del pueblo, rodeada de altos árboles que parecían susurran secretos con el viento. Para llegar allí, tuve que pedalear a través de un pequeño sendero que serpentaba entre el bosque, donde los rayos del sol se filtraban a través de las hojas, creando un juego de luces y sombras en el camino.

Cuando llegué a la casa de mi abuela, me quedé impresionada, como siempre. La construcción tenía un aire esotérico y misterioso. Las paredes de madera desgastada por el tiempo estaban decoradas con tapices coloridos que representaban constelaciones y símbolos antiguos. Velas aromáticas se alineaban en estantes de madera, llenando el aire con fragancias envolventes. Una tenue luz provenía de lámparas de cristal que colgaban del techo, creando una atmósfera cálida y acogedora.

La sala de estar estaba llena de libros antiguos sobre sueños, magia y espiritualidad, todos cuidadosamente ordenados en estanterías de roble oscuro. En una esquina, un altar adornado con piedras preciosas y amuletos misteriosos irradiaba una energía peculiar.

Después de entrar en la casa, no la encontré de inmediato. Mientras paseaba por el pasillo, llamé en voz alta

— Buenos días, abuela

La casa parecía estar en silencio, y no había señales de su presencia.
Continué explorando la casa, y finalmente entré en el salón, donde esperaba encontrar a mi abuela.

—Abuela?– volví a llamar, esta vez en voz un poco más alta

Me dirigí al jardín trasero, donde solía encontrar a mi abuela cuidando las plantas. Cuando llegué, la vi ocupada entre las flores y arbustos. Mi corazón se llenó de alegría al verla y me acerqué con una sonrisa.

—¡Abuelita, me alegra verte!— exclamé.

Ella se enderezó y me miró con cariño.

— Mía, cariño— respondió con una amplia sonrisa.

Mi abuela me llevó al rincón más mágico de su jardín. Allí, rodeada de flores resplandecientes y arbustos frondosos, me mostró un conjunto de plantas especiales, sus "amplificadores de sueños", como ella los llamaba. Con una sonrisa de complicidad, señaló las flores místicas de colores vibrantes y las hojas plateadas que brillaban bajo el sol de la tarde.

Apenas hablamos, ya que no era necesario. Sabía que estas plantas tenían un propósito especial, uno que estaba intrínsecamente relacionado con mi don de recordar y adentrarme en los sueños.

De repente, mi abuela se inclinó para recoger una planta en concreto y, con una sonrisa misteriosa, me miró directamente a los ojos. Sus palabras rompieron el silencio

—¿Qué te trae por aquí, Mía?

Guardianes de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora