V: Secretos dorados

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Habían transcurrido varios días desde mi última visita a casa de mi abuela. Para mi asombro, el sueño oscuro que me había estado persiguiendo parecía haber desaparecido.
Estaba sentada en un banco en el patio del instituto, absorta en mis cavilaciones, cuando de repente una voz conocida me sacó de mi ensimismamiento.

–Ey, Mía, ¿qué te pasa, tía?– Era la voz de Marta, mi mejor amiga, que se había acercado para sentarse a mi lado.

Miré a Marta con una sonrisa y respondí, tratando de despejar mis pensamientos momentáneamente

– Nada, solo estaba pensando en algunas cosas. No te preocupes, todo está bien.

Marta me observó con una ceja levantada, como si no estuviera segura de mi respuesta.

– ¿Cosas extrañas de nuevo?– preguntó con curiosidad mientras tomaba un bocado de su sándwich.

– Así es – asentí

Marta y yo éramos inseparables desde que éramos pequeñas. A los cinco años, ya éramos amigas, era mi confidente, mi compañera de aventuras y  de risas. Pero a pesar de todo lo que compartíamos, había un secreto que yo nunca le había revelado por completo.

Mi don onírico era una parte especial de mi vida. Era algo que siempre mantuvimos en familia. Aunque confiaba en Marta más que en nadie, había una barrera que nunca me atreví a cruzar. De vez en cuando, ella notaba cuando estaba inquieta o un poco distante.

– Jajaja, Mia, siempre te ocurre algo emocionante. ¿Cuándo piensas contarme algo de tu interesante vida?– Su tono era burlón, pero había una chispa de curiosidad en sus ojos.

El timbre anunciaba el final del recreo. A regañadientes, empacamos nuestras cosas y nos dirigimos de vuelta a clases, dejando mis misterios y dones ocultos en la sombra por un rato más.

Mientras caminábamos hacia clases, Marta, no pudo evitar preguntar

– Oye, Mia, ¿ya sabes con quién piensas ir al baile de invierno?

–Pff, no me interesa ir, Marta. Me parece una tontería, todos fingiendo que se caen bien y bla, bla, bla...—Como de costumbre, respondí con mi actitud despreocupada.

Marta, que conocía muy bien mi actitud hacia eventos sociales como ese, me dio un codazo juguetón
–Vamos, no seas tan sosa, Mia. Habrá ponche

no pude evitar rodar los ojos ante la insistencia de Marta. Sin embargo, sabía que su intención era buena y que solo quería que disfrutara de la vida social del instituto.

Luego de la última clase, me dirigí a casa, donde sabía que mi madre estaría esperándome. Los últimos días había estado distante con ella, atormentada por las dudas y las preguntas sin respuesta. ¿Por qué mi madre nunca me había hablado de los dones de nuestra familia? ¿Por qué ella no había heredado uno?

Sabía que plantearle esas cuestiones podría desencadenar una discusión o, incluso peor, que mi madre pudiera prohibirme ver a mi abuela para evitar que siguiera explorando los secretos oníricos de la familia.

Al llegar a casa, me sorprendió la tranquilidad. No había señales de mi madre ni de nadie más. Subí las escaleras y me adentré en mi habitación, donde me sumergí en mis dibujos, acompañada por la música que coloqué en mis cascos. El tiempo pasó rápido mientras mis lápices danzaban por el papel.

Sin embargo, la curiosidad sobre el don de mi madre empezó a rondar en mi mente. No sabía exactamente qué buscaba, pero una extraña necesidad me impulsó a investigar. Dejé a un lado los lápices y la música y me dirigí a la habitación de mi madre. Estaba decidida a encontrar alguna pista, aunque no sabía por dónde empezar.

Mientras revolvía entre sus cosas, empecé a sentir que la búsqueda no me llevaba a ninguna parte. En un primer momento, nada parecía ser de interés. Los objetos cotidianos y las prendas de ropa llenaban sus cajones y armarios.

En una de las cajas, escondido bajo una pila de ropa, un juguete íntimo, de esos que se utilizan en la privacidad de una relación adulta.

Mis ojos se abrieron de par en par mientras sujetaba el objeto en mis manos, sintiéndome completamente sorprendida y un poco incómoda.

—¡Puaj, qué trauma!

Continúe mi búsqueda intentando olvidar ese acontecimiento, sin embargo, cuando estaba a punto de salir de la habitación, algo llamó mi atención desde el fondo del armario. En un rincón oscuro, casi olvidado, se encontraba un pequeño joyero de madera, cubierto de polvo.

El sexto sentido pareció guiarme hacia él, como si tuviera una conexión innata con su contenido. Lo abrí con cuidado, y en su interior, encontré un pequeño colgante de oro con un símbolo inusual tallado en él. Lo sostuve en mis manos y lo examiné detenidamente.

—Wow, qué bonito — murmuré para mí misma — ¿por qué mi madre nunca lo había usado?

Parecía demasiado hermoso para quedar olvidado en un joyero.

Justo en ese momento, el sonido de la puerta de la calle abriendose me sobresaltó. De repente, el colgante se me escapó de las manos y cayó al suelo. Lo recogí rápidamente, guardé las cosas donde estaban y salí de la habitación. Era mi padre quien había llegado a casa, y no podía permitir que descubriera lo que había estado haciendo.

Bajé las escaleras y llegué a la cocina, donde mi padre estaba ocupado dejando y ordenando las bolsas de la compra.

— ¡Hola, Mía! No pensé que estabas en casa. — Me saludó con una sonrisa

Después de un momento, no pude contener mi curiosidad y pregunté

—Papá, ¿sabes si la abuela va a venir para las navidades?

Él dejó de ordenar las bolsas por un instante y asintió.

— Sí, Mía, tu abuela estará aquí para las festividades. Hace mucho tiempo que no la veo.

Mi madre y mi abuela solían ser inseparables. Antes de que yo llegara al mundo, parecían tener una conexión especial debido a su legado. Eran un equipo unido, y su complicidad era evidente, durante aquellos tiempos, la abuela era una figura constante en nuestras vidas, y sus visitas llenaban nuestra casa de magia y risas.

Sin embargo, todo cambió cuando crecí un poco. La dinámica entre ellas se volvió más distante y fría. Las visitas de la abuela se hicieron menos frecuentes, y sus conversaciones se volvieron más superficiales. En lugar de compartir secretos, ahora había secretos ocultos entre ellas.

Nunca entendí completamente por qué ocurrió eso. Mi madre y mi abuela parecían evitar deliberadamente el tema de nuestros dones oníricos entre ellas, además mi madre ni me contaba historias sobre nuestro legado familiar.

Regresé a mi habitación con el dichoso collar en la cabeza. Era un enigma que me obsesionaba. Necesitaba entender su significado y por qué mi madre lo mantenía oculto. Me senté en mi escritorio y, en lugar de hacer mi tarea, comencé a dibujar el símbolo del colgante. Cada trazo era una pregunta sin respuesta. ¿Qué secreto guardaba mi madre? ¿Por qué nunca lo llevaba puesto?

Guardianes de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora