XXXVII: Hogar

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Antes de partir, después de unos cuantos pasos, me dije a mí misma que no podía dejar allí el cuerpo de mi abuela, simplemente no podía.

— Ethan, ¿podemos hacer algo antes de marchar? —pregunté

Ethan asintió y me dirigí rápidamente hacia donde yacía mi abuela. Arrodillada a su lado, recordé las enseñanzas que me transmitió y comencé a crear flores a su alrededor, todas las variedades y colores que solía amar. Ethan me observaba con asombro mientras mis manos daban forma a aquel tributo floral.

Cree tantas flores como pude, y después de un beso en la frente, me despedí, dejando allí una parte importante de mí.

El resto del camino transcurrió en silencio. No tenía ganas de hablar, al menos hasta que llegáramos a casa. Caminamos durante un buen rato, necesitaba despejar mi mente del torbellino de emociones que me envolvía.

Cuando finalmente encontramos un lugar para descansar, nos sentamos en el suelo, apoyando nuestras espaldas. Nos sumergimos en una profunda meditación, concentrando toda nuestra energía en el retorno a casa. Para mí fue difícil concentrarme, mi mente aún no podía procesar todo lo que había ocurrido, y la incertidumbre de lo que nos esperaba al llegar a casa me llenaba de temor.

— Vamos, Mia, tú puedes hacerlo —me animaba Ethan, tratando de infundirme ánimo en aquel momento oscuro.

Finalmente, logré dejar mi mente en blanco durante la meditación. Antes de abandonar aquel lugar, espero que para siempre, creí ver la figura de mi abuela despidiéndose de nosotros con un beso.

Una lágrima se deslizó por mi mejilla, mezcla de tristeza y gratitud. Sonreí apenada y finalmente, pudimos regresar a casa.

Una vez allí, abrimos los ojos algo aturdidos por el retorno. Me sentía mareada, y la idea de dar la noticia a mis padres no me resultaba agradable.

Cuando recobré la compostura, vi a mis padres sentados en la mesa, tomando café. Al vernos levantarnos, corrieron hacia nosotros, emocionados, despertando a Marta que se encontraba dormida junto a nosotros.

— ¡Mia! —gritaron ambos, abrazándonos con fuerza.Gemimos de dolor ante la presión de los abrazos, pues aún estábamos heridos.

— ¿Estáis bien? ¡Tenéis muchas heridas! —comentó Marta mientras se dirigía hacia el botiquín.

Con el corazón pesado, desvié la mirada hacia el cuerpo de mi abuela, que yacía en una serena postura de meditación. Parecía tan tranquila, como si nada hubiera sucedido.

Pero la expresión de horror y tristeza en mi rostro hablaba por sí sola, y mis padres entendieron al instante lo que había ocurrido.

Mi madre, con lágrimas en los ojos, me rodeó con sus brazos en un abrazo reconfortante antes de guiarme hacia una habitación, dejando a los demás para que se ocuparan del resto.

El cansancio se apoderaba de mí mientras me dejaba caer en la cama, escuchando las suaves palabras de consuelo de mi madre.

—Cariño, ¿qué ha pasado? —preguntó con voz entrecortada

Traté de encontrar las palabras adecuadas, pero las lágrimas ahogaron mi voz. Le expliqué brevemente que mi abuela había logrado salvarnos, pero que había quedado debilitada en el proceso. Evité entrar en detalles, ya que la mera idea de revivir esa terrible experiencia me resultaba insoportable.

—La abuela siempre estará con nosotros, Mia. Y estoy segura de que quería que tú continuaras con su legado —me dijo

Asentí, sintiendo un nudo en la garganta mientras el peso de esa responsabilidad recaía sobre mis hombros. Pero también sentí una chispa de determinación ardiendo dentro de mí, sabiendo que quería honrar la memoria de mi abuela de cualquier manera que pudiera.

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