IX:Revelación

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El último día de clases antes de las vacaciones de Navidad había llegado, mientras estaba en clase, no podía evitar divagar con pensamientos sobre el misterioso chico de la visión. ¿Quién sería? Cada vez que intentaba concentrarme en la lección, su imagen volvía a mi mente.

Me encontraba sentada en mi pupitre, completamente perdida en mis pensamientos, cuando la profesora me interrumpió. Agité la cabeza para tratar de volver al mundo real, pero seguía aturdida por la intriga.

En mi bolso, oculto de las miradas curiosas, guardaba el collar que había estado brillando misteriosamente. No podía dejar que mi madre lo descubriera en mi cuarto.

Después de las clases, me sentía indecisa sobre a dónde ir. No quería ir a casa de mi abuela, ya que sabía que la vería en la cena de Nochebuena. Pero, al mismo tiempo, la curiosidad acerca del collar y sus vínculos con mis visiones me impulsaba a investigar más.

Opté por pasar un rato en la biblioteca del instituto, buscando respuestas en los libros. Mientras exploraba, mi mirada se posó en un libro antiguo y misterioso sobre simbologías. Las páginas estaban llenas de símbolos y significados, y estaba ansiosa por descubrir si podía encontrar algo relacionado con el pequeño símbolo del collar.

Con determinación, lo llevé a una mesa y comencé a hojearlo rápidamente. Mi corazón latía con fuerza mientras mis ojos escaneaban las páginas en busca de ese símbolo.

Pero entonces, cuando llegué a un capítulo prometedor que hablaba sobre diferentes símbolos, mi corazón se hundió. Había una página arrancada. ¿Qué demonios? Miré con incredulidad el espacio en blanco donde debería haber habido información crucial.

—¿En serio? ¡Venga ya! —exclamé en voz alta

Por un instante, me olvidé de que estaba en la biblioteca y que debía mantener el silencio. Rápidamente, alguien en una mesa cercana me miró con molestia y me regañó en un tono fuerte.

—¡Sssshhhhh! —me reprendió con ceño fruncido.

Me ruboricé de inmediato y me disculpé en voz baja.

intenté buscar algún otro libro que pudiera darme pistas sobre el enigmático símbolo del collar. Pero como siempre, mi torpeza decidió hacer acto de presencia. Al sacar un libro del estante, otros libros cercanos cayeron como fichas de dominó. La escena fue un desastre total, y los estudiantes a mi alrededor me miraron con sorpresa. Me apresuré a recoger los libros desordenados.

Decidí que era mejor no intentar más con los libros y me dirigí al mostrador de la biblioteca para preguntar sobre la última persona que había alquilado el libro de simbologías.

—Hola, ummm, buenas. Quería saber quién fue la última persona que alquiló este libro —dije mientras le extendía el libro hacia ella.

La bibliotecaria me miró con curiosidad, pero luego su expresión cambió a una sonrisa profesional.

—Lo siento, pero no puedo proporcionar esa información. Es confidencial.

Mi rostro pasó de la anticipación a la sorpresa y, finalmente, a la frustración. Traté de razonar con la bibliotecaria, pero ella mantuvo su postura.

La bibliotecaria seguía negándose, y la situación comenzaba a volverse incómoda.

Mientras navegaba un poco por internet en mi teléfono camino a casa, solo encontraba páginas y foros llenos de afirmaciones de personas que decían tener poderes místicos. ¡Puaj! No podía evitar sentir un poco de frustración.

Finalmente, llegué a casa y subí a mi habitación, como era mi costumbre. Mi madre me saludó cariñosamente cuando entré.

—Hola, Mía. ¿Cómo estás, hija? La cena está casi lista.

Le devolví el saludo y le indiqué que enseguida bajaría. Dejé mi mochila en un rincón y descendí rápidamente al comedor, donde mi familia ya estaba sentada.

— Mañana vendrá la abuela a cenar, ¿verdad?

Mi madre, con una expresión algo incómoda, asintió antes de agregar con titubeos

— Sobre eso... —se atragantó un poco—, en la cena de mañana no quiero nada de dones oníricos, ni plantas, ni nada de vuestras cosas, Mía. En esta casa está prohibido, y lo sabes.

Estaba harta, agotada y completamente frustrada. La conversación con mi madre en la cena se había vuelto insoportable. No sabía si era la fatiga acumulada, la tensión constante o el hecho de vivir una vida llena de preguntas sin respuestas. No podía más.

— Si, mamá... —dije con un tono de voz que reflejaba mi rechazo.

Mi padre, en un incómodo silencio, observaba la escena, sin querer involucrarse en la creciente disputa.

Mi madre siguió expresando su preocupación, con un matiz de enfado

— Sabes que no me gusta que juguéis con esas cosas. Podrían...

Pero algo dentro de mí se rompió en ese momento. Era como si hubieran encendido un fuego en mi interior y no pudiera evitar dejar que las llamas salieran disparadas.

— ¡No entiendo por qué tienes que prohibirme usar mi don! ¡Que tú no tengas uno no significa que los demás no podamos usarlo! —estallé con furia, sin preocuparme por contener mis emociones.

La reacción de mi madre fue inmediata. Se levantó de la silla, furiosa

— ¡MIA!

Sin decir una palabra más, me levanté y me dirigí a mi habitación. La puerta se cerró de un portazo, resonando por toda la casa.

Las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas mientras me sentaba en mi cama. Nada de lo que estaba sucediendo tenía sentido.

Después de un rato de escuchar gritos y discusiones provenientes del comedor, donde mi madre y mi padre parecían estar en medio de una pelea, me sorprendió un golpe en la puerta de mi habitación.

— Kuku... —la voz de mi padre sonó con cuidado al otro lado de la puerta.

Me giré, aún con lágrimas en los ojos, para mirarlo. Mi padre entró y cerró la puerta detrás de él. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y comprensión.

— Mía, creo que es momento de que hable contigo —dijo en un tono suave y tranquilo.

Me incorporé prestando toda mi atención a mi padre.

— Sé que piensas que tu madre es un poco dura contigo y con el tema de tu don... —comenzó mi padre con un tono tranquilo—. Pero debes comprender que tu madre tiene miedo.

Frunce el ceño, aún confundida.

— Miedo. ¿De qué debería tener miedo? —pregunté con frustración en mi voz. Las explicaciones eran más necesarias que nunca.

—Mía, antes de que tú nacieras, tu familia materna luchó contra una sombra diabólica, pero al nacer tu madre, la sombra estaba dormida, por lo que no era necesario tener dones —comenzó mi padre, —Pensamos que todo había acabado, pero cuando tú naciste... y vimos que tenías el don...

Esperó un momento, como si dudara de si continuar o no. Quería que continuara, necesitaba respuestas.

—Solo significaba una cosa, la sombra había vuelto, y eso quería decir que tú ibas a tener que luchar contra ella tarde o temprano—continuó, suspirando—. Algunos de tus ancestros perdieron la vida en el intento, y tu madre teme que te ocurra lo mismo.

Era mucho para procesar. Pero necesitaba saber más.

—¿Pero por qué nunca me contaron nada? —pregunté con un nudo en la garganta—. ¿Por qué tanta falta de información?

Mi padre me miró con tristeza en sus ojos y se limitó a encogerse de hombros.

—No lo sé, Mía. Tu madre quería protegerte de esta carga, pero quizás ha llegado el momento de que conozcas la verdad y te prepares para lo que viene. Las sombras no se detienen por mucho tiempo. —Suspiró

Mis pensamientos seguían revueltos, pero al menos ahora tenía un indicio de por qué mi madre había estado tan en contra de que usara mis dones.

Guardianes de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora