XXXIX: Ensueño

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Después de varias semanas, logré encontrar algo de fuerza y retomé mi vida estudiantil, aunque mis intentos por ver a mi abuela persistían cada noche.

Mientras tanto, Alexander continuaba viniendo a casa para pasar tiempo con mi madre, y parecía que estaban recuperando el tiempo perdido. Se les veía contentos a ambos, y eso me reconfortaba en cierta medida.

En cuanto a mi situación con Ethan, había preferido ignorar el tema. Aunque sus múltiples mensajes y llamadas de disculpa me recordaban el incidente de vez en cuando, aún no había tenido la oportunidad de enfrentarlo. Supongo que la vergüenza lo había detenido, evitando su paso por mi casa.

– ¡Hey! –Marta me saludó desde el otro lado de la calle

Habíamos quedado para ir juntas a clase, como de costumbre. No le había contado nada al respecto, ya que, como he dicho, era un tema que prefería ignorar.

– ¿Qué tal? ¿Preparada para otro día de clase? –preguntó con un tono burlón.

La miré con una expresión somnolienta, ya que me moría de sueño, y respondí

– La verdad es que no.Me lanzó una sonrisa pícara y luego sugirió

– Entonces, ¿por qué no nos saltamos las clases?

Parecía que había leído mi mente, así que nos desviamos y nos dirigimos a un antiguo banco en el monte. Allí no nos vería nadie, y lo más importante, mis padres no se enterarían. Solía escaparme para visitar a mi abuela, pero las cosas habian cambiado.

Una vez allí, disfrutamos del cálido sonido de la mañana y charlamos agradablemente. Sin embargo, Marta sacó el tema de Ethan.

– Oye, ¿qué pasa con Ethan? Hace tiempo que no te veo con él.

Suspiré y me recosté hacia atrás, miré a Marta y le respondí

– No hablo con él.

– ¿Por qué? Después de todo lo que habeis pasado juntos, ¿Habeis dejado de ser amigos? –preguntó con preocupación.

La verdad era que necesitaba soltar esta carga que había estado rondando en mi mente durante mucho tiempo. Necesitaba consejo y, sobre todo, necesitaba aclarar mis sentimientos.

– Es que... me besó, y desde entonces no he podido verlo igual. Lo eché de mi habitación –confesé.

La cara de Marta fue un poema y, después de unos segundos de silencio, respondió

– ¿QUÉ? ¡Y por qué no me cuentas estas cosas, Mia? Empiezo a pensar que no soy tu amiga.

Sonreí tímidamente y me puse algo colorada.

– Marta, sabes que no soy buena con estos asuntos. Me asusté.

– Pero... ¿a ti te gusta Ethan? –preguntó con curiosidad.

– ¿Qué? ¡No! Solo somos amigos. Solo que, estando en la cueva, me sentí diferente, con miedo de perderlo –expresé sinceramente.

– Eso significa que te gusta –concluyó con una sonrisa.

– Ay Marta! últimamente todo es tan difícil, todo me pasa a mí.

Me llevé las manos a la cara y continuamos charlando hasta la hora de regresar a casa. Por el camino, seguía martirizándome sobre el tema, tratando de entender mis propios sentimientos y cómo manejar la situación.

Las palabras de Marta se repetían en mi mente. ¿Por qué me costaba tanto lidiar con esto? Era como si estuviera atrapada en un torbellino de emociones confusas, incapaz de encontrar una salida clara.

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