XXXVI: Despedida

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La sombra, imponente y amenazadora, parecía ganar la batalla en el oscuro escenario del santuario. Un impactante golpe derribó a mi abuela, desatando mi grito de desesperación

— ¡No! —mi voz resonó en el aire, impotente ante la escena .

Sin dudarlo, me lancé hacia mi abuela caída, intentando protegerla de la sombra que se cernía como un manto oscuro dispuesto a engullirnos.

Lancé un golpe desesperado hacia la entidad, pero la sombra parecía indiferente a mi resistencia.

— Se acabó. Déjanos en paz. ¡Te daré lo que quieras! —exclamé con un destello de rendición en mi desesperada voz.

Mis ojos se nublaban de lágrimas al ver a mi abuela en aquella situación. Su voz, debilitada por el dolor, se alzó en un intento de alentarme.

— Mia, no lo hagas. Confío en que puedes vencerla

Las lágrimas seguían surcando mi rostro cuando, de repente, la sombra cambió su enfoque y se lanzó hacia nosotras con la intención clara de embestirnos.

La protección que antes nos rodeaba se desvaneció, dejándonos expuestas a la furia de la entidad oscura.

Con un poderoso golpe, la sombra nos arrojó al suelo una vez más. Abrí los ojos justo a tiempo para verla avanzar de nuevo, pero un movimiento inesperado captó mi atención. La mano de mi abuela se aferraba a la piedra que yacía en el suelo entre nosotras.

— Querida, ahora te toca a ti —dijo

Antes de que pudiera procesar completamente sus palabras, su mano colocó la piedra en mi collar con una destreza sorprendente.
En un instante, una intensa luz blanca inundó el santuario, sumiéndome en una sensación etérea y desconcertante.
Era como si hubiera ingresado en una sala silenciosa y solitaria, ajena al tumulto que ocurría a mi alrededor.

La luz intensa que me envolvía pareció aturdir mis sentidos por unos preciosos segundos. Parpadeé, tratando de enfocar mis ojos en el entorno que se revelaba ante mí. ¿Había muerto? Un escalofrío recorrió mi espalda al contemplar la piedra en mi collar, aún adherida a él.

Giré en busca de mi abuela, pero el paisaje se extendía desierto, sin rastro de la sombra que antes amenazaba con devorarnos.

Di unos pasos titubeantes y divisé a Ethan un poco más adelante, en el suelo, luchando por recuperar el aliento. Corrí hacia él, con el corazón latiendo con fuerza.

— ¡Ethan! —llamé mientras me arrojaba a abrazarlo.

Giró la cabeza hacia mí al escuchar su nombre. Las lágrimas recorrían su rostro y correspondió a mi abrazo con fuerza. En ese instante, sacó un pequeño bote de cristal sellado con un tapón de piedra. En su interior, una sustancia negra, más oscura de lo que creí posible. Parecía irreal.

— Parece que lo hemos conseguido —dijo Ethan con una pequeña sonrisa.

— ¿Qué es eso? —pregunté, perpleja.

— Esto, querida Mia, es la sombra. Hemos conseguido sellarla.

Caí de rodillas junto a Ethan, con una mezcla de asombro y felicidad pintando mi rostro. Habíamos logrado sellar a la sombra en ese pequeño frasco, siguiendo los pasos de nuestros ancestros.

— Tenemos que buscar a mi abuela. ¡El destello era ella! —exclamé con emoción.

— ¿En serio? La verdad es que no conseguía distinguir nada con todos esos chu... —Ethan se detuvo al notar el dolor en sus heridas.

Se puso en pie, gruñendo ante el dolor. Ambos estábamos heridos, pero la expresión de su rostro indicaba que Ethan llevaba la peor parte.

Nos embarcamos en una caminata sin rumbo aparente, ya que el mundo que nos rodeaba parecía sumido en un color uniforme.

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