XXXVIII: Revelaciones

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Los próximos días se deslizaron con una calma cargada de nostalgia y melancolía. Permanecía en la casa de mi abuela, sumergida en un mar de recuerdos mientras exploraba los tesoros literarios que guardaba en sus estanterías. Ethan y Marta solían acompañarme por las tardes. Mis padres también se quedaron a mi lado, compartiendo el peso del duelo por la pérdida de la abuela. Cada conversación giraba en torno a su ausencia, como si hablar de ella pudiera traerla de vuelta.

Sin embargo, mi mente seguía obsesionada con cómo abordaríamos el tema de Alexander con mi madre. Y, sobre todo, las palabras de mi abuela resonaban en mi cabeza

Un día, mientras me sumergía en el jardín, observando las delicadas flores, mi madre interrumpió mi ensimismamiento con una noticia inesperada

— Mía, mañana iremos a esparcir las cenizas de la abuela, avisa a tus amigos — indicó mi madre.

Rápidamente me dirigí al salón.

— Mamá, he estado pensando, que tal vez sea buena idea hacerlo aquí, esta casa es parte de ella.

A mi madre no le entusiasmó la idea, pero después de reflexionarlo un momento, accedió. Al fin y al cabo, esta casa era la esencia de mi abuela.

De regreso a mi habitación, encontré una avalancha de mensajes de Ethan, confesándole la verdad a su abuelo. Sabía que esta noticia lo afectaría profundamente, pero también lo invitaría a unirse a nosotros en el evento.

La tarde avanzó sin grandes sobresaltos. Ethan vino como de costumbre, compartimos algunos momentos juntos y luego se despidió. Con la noche acechando, decidí retirarme a descansar, pero antes, bajé al jardín y recogí algunas flores, decidida a usarlas en mi meditación nocturna, en busca de respuestas que solo mis sueños podrían ofrecerme.

Una vez más, hice todo el proceso y me adentré en un sueño del cual no recibí respuesta. Frustrada, me fui a dormir, sabiendo que el próximo día sería una jornada cargada de emociones.

Me desperté temprano, me preparé y esperé a que Marta y Ethan llegaran, mis padres se encontraban haciendo las últimas tareas cuando por fin sonó el timbre.

— ¡Yo abro! —grité.

Abrí la puerta y allí estaban Marta, Ethan y Alexander! ¿Qué hacía él allí? Me estremecí y cerré la puerta rápidamente antes de que mi madre notara su presencia.

— ¿Qué hacéis aquí?

Alexander se apresuró a responder algo apenado.

— Mía, sé que esto es complicado, pero quiero despedirme de Isabel...

— ¿Y qué hacemos con mi madre? —pregunté silenciosamente.

— Le diremos que es un amigo de tu abuela —dijo Ethan.

Marta nos miró a todos con cierto desconcierto, parecía que no estuviera de acuerdo con nosotros.

— ¿Y por qué no le decís la verdad de una vez? Acaba de perder a su madre, por lo menos aún está a tiempo de conocer a su padre.

Nos quedamos en silencio, barajando las opciones que teníamos.

— Creo que será lo mejor, tu madre merece saber la verdad —espetó Ethan.

— Si mi madre se vuelve loca, os echaré la culpa a vosotros.

Estábamos tardando en entrar, y el nerviosismo se apoderaba de mí. Fruncí el ceño y sin pensarlo demasiado, les abrí la puerta y entraron todos. Rápidamente nos dirigimos al jardín donde estaban mis padres.

Mi madre nos saludó, y rápidamente dirigió su mirada a Alexander, el cual la miraba con cierta ilusión. El desconcierto era notable en la cara de mi madre y mi corazón comenzaba a latir más rápido de lo normal.

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