CAPÍTULO 2

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Scarlett

Muy bien. Por ahora sentía que iba bien ante la primera seción que estaba teniendo como terapia.

Mi doctor me hizo una serie de preguntas acerca de mí; qué hago al despertar, qué me gusta comer, qué me agrada hacer en tiempos libres y qué es lo que hago antes dormir.

Fue muy divertido, porque en unas cuantas ocasiones soltábamos la risa por algo gracioso que decía mi psiquiatra con respecto a lo que se a vivido.

Pero de un momento a otro, dejó a lado lo cómico y fue a las preguntas aún más íntimas del porque llegué a este hospital desde hace cinco años.

Así es, llevaba mucho tiempo aquí adentro sin la visita de algún familiar. Por ahora la única que me quedaba era mi madre, pero lo poco que sé de ella es que estaba en la cárcel...

—Entonces tu padre y tu hermano... fallecieron. —repitió la frase sin despegarme la mirada.

Dí un suspiro melancólico mientras recordaba el último día que pasé con ellos, el último beso de mi papá a mi frente, el último abrazo que me dió mi hermano, el último adiós que me dijeron antes de irse. Esas manos despidiéndose de mí por la ventana del auto me llegó a la mente. Un recuerdo borroso con un inútil intento de querer aclararlo.

—Si... —pronuncié.

Y de nuevo se me volvió a partir el corazón. Rompiendo en llanto como en repetidas ocasiones cuando me preguntaban sobre mi familia. El famoso... ¿por qué sucedió eso? Se volvió a presentar en mi mente.

Poco a poco mi familia se fue destruyendo por mi culpa, ya que mi madre siempre me terminaba diciendo que todo esto que nos había sucedido era por mi maldita existencia.

De verdad era necesario decirle eso a una niña de seis años, que apenas comprendía su propósito como hija. Pero ante todo esto... ¿porque a mí?

El echarle la culpa a una pequeña que no tenía idea de qué era la muerte, sin verla con sus propios ojos ante alguien amado.

Mordía con fuerza mis labios calmando mi llanto, evitar ante esto los fuertes y doloridos sollozos que amenazaban con salir de mi boca. Y sí es que aún en mis cuencas reservaba lágrimas más para poder desahogar el dolor que traía dentro, apuesto que haría un mar infinito.

Mi doctor de su mochila sacó un pañuelo, del cual se me fue entregado para calmar las lágrimas que salían como cascadas en mis ojos. Pude ver la tristeza que mostraba su rostro, las cejas arqueadas de tristeza y sus labios fruncidos por tratar de guardar silencio.

Y es que no podía.

Por más que quisiera hacerme la fuerte, no podía.

Era triste pensar que lo que estaba viviendo día con día, era por estar sola.

No tanto por otra parte.

—Siempre he pensado... —hablé. —. Que ésto era por mi culpa. Que ellos murieron por capricho mío. Pero... —me sequé las lágrimas y respiré hondo para calmar mi respiración. —. Pero... ella me hizo cambiar de opinión. Diciéndome que nada de eso era por mi culpa, sí no por lo inhumana que fue mi madre conmigo.

—¿Ella, quién? —preguntó Richard.

Lucy... —respondí. —. Ella siempre me ha dado ese pensamiento cada que recuerdo los malos tratos de mi madre.

Por fin pude estar un poco más ya calmada. Mis ojos aún los sentía pesados e hinchados, por lo que tallé de ellos con cuidado por el ardor de tanto llorar. Me abracé a mi misma buscando consuelo, pues eso estaba estrictamente prohibido de que el psicólogo o psiquiatra diera muestras de afecto a los pacientes.

SOMOS CINCO EN UNO [Parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora