En cuanto los Sicarios trajeron a los presos a la sala, todos los presentes dirigieron su mirada al suelo.
-Otra vez no, por favor. Otra vez no, enserio. No quiero. No puedo...-susurró el joven negando con la cabeza.
-Shh, Jungwoo, cálmate. No mires, ven. - le indicó Doyoung, atrayéndolo hacia él en un abrazo para evitar que el menor viese lo que iba a ocurrir.
Los nueve evitaban cualquier contacto visual con las personas que estaban en el centro de la nave. Delante de ellas, Sam y los altos cargos observaban como entraban y las obligaban a arrodillarse frente a ellos.
-Siempre tiene que empezar a lo grande, ¿eh? - refunfuñó Yuta por lo bajo.
-Y que lo digas, debe ser para quitarnos el hambre. - le acompañó Haechan en las quejas.
Los sollozos eran cada vez más apurados. Los gritos al otro lado de la puerta hacían la escena aún más desgarradora. Ante el comité, una mujer y sus dos hijos pequeños lloraban desconsolados rogando perdón. Los infantes no entendían muy bien que estaba pasando, solo sabían que estaban asustados; pero su madre tenía claro lo que sucedía y se desgañitaba por frenarlo.
Del otro lado de la puerta, una chica joven golpeaba la gran plancha metálica tratando de derribarla.
-¡Déjalos en paz, Sam! ¡Ellos no han hecho una mierda y lo sabes!
Mark frunció el ceño. La voz en la otra sala se le hacía familiar, pero no conseguía recordar de donde. A raíz de eso, su mirada se dirigió inconscientemente hacia el ojo del huracán. El pelinegro vio entonces a los pequeños y sus miradas aterradas, vio como trataban de reconocer a la multitud que los rodeaba, vio como se aferraban a su madre maniatada buscando algún tipo de consuelo a su temor. La mujer solo podía llorar y tratar de defenderse de un juicio que ya había sido decidido. Su veredicto había sido declarado esa mañana cuando la habían pillado huyendo con una pequeña bolsa de mandarinas. Las dichosas frutas que pertenecían en verdad a un vecino suyo pero que el ejército había reclamado para "repartir con los demás equitativamente". El anciano dueño de los árboles se las había prometido y ella solo las había ido a buscar, con tan mala suerte de que los habían atrapado "traficando" con lo suyo. La prueba principal: uno de los pequeños, que tendría la escasa edad de unos tres años, tenía la boca manchada de jugo de mandarina.
-Martha Williams. Has sido acusada de desobedecer las normas de nuestra respetable comunidad para ceder ante tu avaricia. ¿Crees que los demás no merecen comer? Has sido tan egoísta como para anteponerte a tus vecinos, quienes merecen una ración de alimento igual a los demás. ¿Cómo te declaras?
-¡Inocente, señor, inocente! - la desesperación podía notarse en la forma en la que su voz se quebraba. - ¡Dígaselo, esposo! ¡Dígale que soy inocente! Esas mandarinas fueron un regalo de nuestro vecino por el cumpleaños de nuestro hijo mediano. Patrick acaba de cumplir cinco años y dijo que quería probar la fruta...
-¿Es consciente de que esas mandarinas aún no habían sido registradas y distribuidas, por lo tanto, no podían ser regaladas todavía?
-¡No! No tenía ni idea...señor, por favor....yo solo... mis pequeños...ellos querían probarla por primera vez. ¡Esposo! ¡Son nuestros hijos, nuestra familia! Por favor, que alguien haga algo...¡Mátenme solo a mí, pero dejen a mis niños! ¡Ellos no tienen culpa de nada, son unos angelitos! ¡Sam! Sam, haz algo, por favor...
-Te estás dirigiendo a mí, no a Sam. - recalcó de mala manera el hombre con cabeza rapada que se situaba en el centro de la tarima.
Sam era el encargado de supervisar que todo estuviese bien, pero los juicios y demás trámites se llevaban a cabo por los Inspectores, quienes decidían como se debía proceder; aunque era el anciano quien tenía la última palabra para todo.
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Vida
Fiksi PenggemarFANFICTION - NCT Post-apocalipsis. En un mundo que sufre las consecuencias de su rebelión contra lo inevitable de su creación, la humanidad debe buscar la manera de sobrevivir y adaptarse a las circunstancias. ¿Cuál es el valor de una vida? ¿Quién...