Capítulo 17

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Mientras recorría el rancho de la familia Nez, aburrido por completo, debido a que como era un recién llegado aún no había un lugar para él, Tala se encontró con una imagen cuyo significado no supo interpretar

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Mientras recorría el rancho de la familia Nez, aburrido por completo, debido a que como era un recién llegado aún no había un lugar para él, Tala se encontró con una imagen cuyo significado no supo interpretar. Tampoco los sentimientos que le produjo. Sin embargo, tuvo que detenerse y ocultarse tras las puertas abiertas del establo para espiar, con el estómago anudado y los ojos a punto de llorarle.

Incluso si sabía cuán ridículo era, no lograba evitar la angustia que lo llenaba, tampoco los celos. Esos malditos celos...

Tennessee se encontraba trabajando bajo el sol inclemente, vestido con tan solo unos vaqueros desgastados. Su piel, aunque amada por el sol, era un par de tonos más clara que la de cualquier otro pardo, al igual que su cabello, cuyas puntas se ondulaban cayéndole sobre los hombros hasta cubrirle el pecho. Sudaba. Una visión perfecta y tan agradable como él, sobre todo porque al levantarse para pasar el paño sucio por la frente lucía igual que algún tipo de dios guerrero... Aquello, por desgracia, no fue lo que atrajo la atención de Tala, sino el hombre junto a su pareja.

Kanati Kingfisher. Su Mano derecha y mejor amigo, también —por lo poco que había logrado ver y lo mucho que escuchó— uno de los guerreros más feroces de Dark Valley. Era, de hecho, el hombre a cargo cuando tanto el Alfa como el Beta no se encontraban en el pueblo.

Con solo mirarlo, Tala no podía evitar sentirse inferior; pero también tan tan celoso. Porque, sin importar cuán inútil fuera en batalla, no era estúpido. Él mismo miraba a Tennessee con esos ojos; él mismo ponía esa expresión y sonreía como si el propio Dâyuni'sï se hubiera fijado en su insignificante humanidad. Porque para él, Tennessee era la luz en medio de sus sombras. Justamente por eso, sabía que también lo era para Kanati. El hombre lo amaba, tal vez más de lo que Tala lo quería en este momento y reconocerlo era doloroso.

Cuando Tennessee carcajeó de uno de los chistes de Kanati, Tala contuvo el aliento. Era precioso: con la cabeza hacia atrás y la boca abierta exponiendo sus colmillos; las líneas de expresión en su rostro y... y... ¿Por qué tenía que sentirse de esa forma?

Luego Kanati colocó el codo sobre el hombro de Tennessee y le murmuró algo al oído, que no logró escuchar. Los ojos de su compañero se ampliaron un segundo antes de que asintiera y le respondiese del mismo modo, con esa intimidad que comenzaba a enfermarlo. Tala debió morderse el labio inferior para no ladrar, gruñir o hacer aquel sonido espantoso de su gato montés. Sin embargo, cuando Kanati besó a Tennessee en la mejilla y le apretó una nalga, y su compañero no hizo otra cosa que reírse volviendo al trabajo, casi no lo consigue.

Las palabras de Adam y Joseph le volvieron a la mente como un amargo recordatorio: «... se lo ponen duros los tipos a caballo». Entendía perfectamente lo que quisieron decirle, ¡no era estúpido! A Tennessee le gustaban los grandes como él mismo, fuertes, que se vieran como unos malditos hombres y no... y no igual que un niño lamentable.

Si bien las lágrimas amenazaron con escapársele de los ojos, Tala resistió con todo el valor que tenía. No esta vez. Ahora quería probar —a su compañero, a la manada y a sí mismo— que podía ser más que este llorón patético.

El lobo que acechaba a la luna | Manada de Valley Wolf #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora