Capítulo 36

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El paso del tiempo había sido deprimente, aunque alentador al mismo tiempo. De tener que describirlo, Tala diría que se trató de un enriquecedor paseo en el reino de las sombras, donde no solo tuvo que luchar contra el dolor y la amargura, sino contra sí mismo y sus limitaciones.

Luego de medio año, podía afirmar que se encontraba un poco mejor. No en paz, no feliz, ni entero. Sin embargo, tampoco tan terrible como al principio. Se hallaba en un desagradable punto medio en el que no seguía siendo débil; pero tampoco tan fuerte como se propuso. Él era... Bueno, no tenía un nombre correcto para describirse.

Tras mudarse a la ciudad —de algún lugar llamado «Changeling's Lair», que al parecer había sido un santuario para los «sangre sucia» como ellos—, Tala se dedicó a rehabilitarse. Desde terapias del habla, hasta diversas cirugías, se sometió a sí mismo al sufrimiento con un único propósito.

Ahora, orgulloso del resultado, estaba más dispuesto que nunca a no rendirse.

Al verse en el espejo, no logró reconocer a la persona que se reflejaba en este. No se debía solo a las profundas cicatrices que le llenaban la piel o a que el lado izquierdo de su rostro continuara desfigurado. Había algo más, no tan escondido en la profundidad de sus ojos, ardiendo.

Llamas. El corazón del infierno.

Zahn apoyó la barbilla suavemente sobre su hombro y le sonrió. El orgullo en su mirada fue reconfortante, también el modo en el que sus manos le sostenían las propias y el beso que le dejó en la mejilla antes de acomodarle el cabello. Si es que acaso podía llamarlo así.

Tala levantó las manos y respiró profundo, contemplándolas. A pesar de que había perdido el anular derecho, las conservaba casi intactas. Por un segundo, se preguntó si esa regeneración sobrehumana —al parecer imposible hasta para los cambiaformas— podría devolvérselo. De forma inevitable, se rio entre dientes. Debía agradecer que al menos no quedó convertido en un cuerpo inerte, que jamás se recuperaría.

Deformado o no, con o sin dedo, estaba vivo. Y estar vivo significaba una cosa.

—No sé cómo sentirme cuando pones esa cara —murmuró Zahn en su oreja—. ¿En qué pensamos?

—Lo mismo de siempre...

—¿Tratar de conquistar el mundo?

Tala no logró contener la risa. Sin importar cuán grande e imponente pudiera ser, o la magnitud de su propia amargura, el hombre conservaba ese espíritu juguetón y hasta un poco inocente en ocasiones. Similar a Tennessee y a su yo del pasado. Pensar en esto, lo hizo desear que jamás fuera de otro modo.

—Venganza, Pinky, venganza.

—Me gusta más eso de conquistar el mundo... —Entrecerró los ojos, pensativo—. ¿Cómo me vería con corona?

El lobo que acechaba a la luna | Manada de Valley Wolf #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora