XVIII. LA BATALLA DE STARCOURT

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Bajamos del coche lo más deprisa que pudimos. Si nos lo hubiéramos pensado un segundo más, las consecuencias podrían haber sido fatales. Porque mortales… lo fueron igualmente.

-Lucas, dale a esos petardos - exclamé.

Tocaba poner en marcha el plan de Lucas. Al final sí que tendríamos que usarlos.

Entramos cargados con las cosas todo lo rápido que nuestras piernas nos lo permitieron. Nos colocamos en distintas posiciones y esperamos a que Lucas lanzase el primero, justo antes de que aquella cosa atacase a Once, que por algún motivo incomprensible estaba totalmente indefensa, despojada de sus poderes.

-¡Azota esto, pedazo de gilipollas! - gritó Lucas, a la vez que lanzaba el primer fuego artificial.

A partir de ese momento, lanzamos sobre el monstruo una ráfaga de fuegos y petardos de fiesta que iluminaron todo de colores y que cabrearon mucho al Azotamentes.

Aprovechando la confusión del momento, corrí a la planta baja para ayudar a Ce. Billy estaba a su lado, y se retorcía de dolor, al igual que el monstruo. Me dio algo de pena, pero no había tiempo que perder.

Me acerqué corriendo a Ce.

-Peque, vamos. ¿Puedes andar?

Ella asintió, pero, al intentar levantarla, ella volvió a caer al suelo. Entre lo asustada y lo dolorida que estaba, iba a ser difícil.

-No puedo… marchaos.

-Ni de broma. Nos iremos, pero contigo y con los demás.

Traté de cogerla en brazos, como aquella vez escapando del colegio tras quemar las máquinas de la sala, dos años antes. Pero ahora pesaba más, y había crecido, así que la cosa se me complicó.

Ni siquiera me di cuenta de que Billy se había levantado, hasta que me agarró por una pierna y me tiró al suelo.

-¡Ce, vete! - grité.

Billy me dio la vuelta de forma brusca, de modo que me golpeé la espalda contra el suelo. Él me miró y, sobre mí, levantó un puño para pegarme. Pero no lo hizo. Su mano se detuvo en el aire a medio camino hacia mi cara y, mirándome a los ojos, volvió a bajarlo. Me quedé con la mirada clavada en él, sin saber muy bien qué hacer.

-Dos metros - dijo Ce. Billy levantó la vista un momento hacia ella, y a continuación siguió mirándome a mí. Yo traté de volverme para mirarla, pero no pude, así que seguí mirando a Billy a los ojos, completamente paralizada -. Se lo dijiste. La ola medía dos metros. Corriste hacia ella, en la playa. Había gaviotas. Ella llevaba un sombrero con un lazo azul, un vestido largo con una flor azul y roja… Sandalias amarillas cubiertas de arena. Era guapa. Era muy guapa. Y tú… tú eras feliz.

Los ojos de Billy se llenaban de lágrimas. Se apartó de encima, permitiéndome levantarme. Había vuelto; Billy Hargrove, el verdadero, había vuelto. Con su lado más sensible a la luz. Miré a Ce, que ya empezaba a arrastrarse hacia alguna salida después de haberle contado aquella historia a Billy para salvarnos a ambas.

Ce estaba bien, así que sentí la necesidad de salvar también a Billy. Me acerqué a él y puse mi mano, cálida, sobre su mejilla, helada. Él me miró, pero no dijo nada.

-Lo siento mucho, Billy - dije -. Te vamos a ayudar. Saldremos de aquí y tendrás la oportunidad de ser el buen hombre que tu madre habría querido. Ya lo verás. Te lo perdonaremos todo.

-No todo - apenas le salía un hilo de voz, empañado, además, por la tristeza de los recuerdos, y las palabras fluían con una lentitud aplastante. Al menos aquello demostraba que el Azotamentes ya no poseía su mente -. Te hablé mal cuando nos conocimos, el año pasado. Te traté mal… fuí asqueroso. Porque me gustabas y sabía que no podía tenerte. No lo supe abordar de otro modo. Lo siento tanto… Jamás me perdonaré por ello.

-Pero yo sí te perdono, Billy.

Él negó con la cabeza y apartó la mirada, avergonzado. Yo hice algo que nunca habría creído, pero de lo que nunca me arrepentí: lo abracé. Mientras rodeaba a Billy con mis brazos, miré hacia atrás para comprobar, angustiada, que Ce no había avanzado mucho más. Entonces oí, o más bien no oí, que los fuegos habían cesado. Me aparté de Billy de forma algo brusca y me puse de pie a toda prisa.

Se me heló la sangre cuando vi que uno de los brazos-tentáculos del Azotamentes avanzaba hacia Once. En ese momento, todo para mí ocurrió a cámara lenta. La promesa que me había hecho a mi misma cruzó por mi mente como un destello brillante. Nadie volvería a hacerles daño, no, a ninguno.

Corrí hasta quedar delante de Ce y sentí una masa helada atravesarme el abdomen, cerca del costado. No me hizo falta mirar para entender lo que ocurría. Creo que Ce gritó, pero me llegó de tan lejos que pudo haber sido un recuerdo, o simplemente mi imaginación. El monstruo retiró ese brazo y levantó otro, preparado para volver a atacar. Yo caí al suelo, derrotada, justo delante de Ce, esperando con toda mi alma poder protegerla del siguiente golpe.

Cerré los ojos esperando sentir otra asquerosa masa fría, pero nunca ocurrió. Al abrir los ojos y mirar hacia arriba, vi que Billy se había puesto delante de nosotras, y ahora era él quien sacrificaba su vida para salvarnos.

Todos los tentáculos lo empezaron a atravesar igual que el primero había hecho conmigo, solo que en esta ocasión no se retiraron. El Azotamentes levantó un último tentáculo; Billy me miró y, antes de volver su cabeza al monstruo, susurró una última disculpa. 

Y este clavó el tentáculo en el centro de su pecho.

-¡Billy! - chilló Max.

El Azotamentes lo soltó y él cayó al suelo. Giré la cabeza para ver a Max algo más atrás que nosotras, mirando todo con ojos grandes y aterrorizados. Justo en ese momento, el Azotamentes comenzó a tambalearse y a lanzar alaridos de dolor, hasta que finalmente se derrumbó en el suelo. Todo a su alrededor estaba en llamas.

Mike corrió a abrazar a Ce, y Max pasó de largo para estar con su hermano. Trató de hacerle volver, pero no pudo. Billy murió sacrificando su vida por nosotras.

Recé porque, al menos, hubiera muerto en paz después de haberle perdonado por lo que hizo.












¿Lo que lloré escribiendo esta escena? Sin comentarios. Pero bueno, hasta aquí por hoy, más el próximo día. Nos vemos y gracias por leer♡

Stranger Things // La Tercera de los Hermanos ByersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora