XIX. ¿GANAMOS O PERDEMOS?

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Me arrastré hasta Max. Ce ya la abrazaba, y yo me uní y las abracé a ambas. 

-Tranquila - susurraba Ce, una y otra vez, mientras Max sollozaba. 

-T/n - llamó Mike -. ¡Joder! ¡Estás sangrando mucho! 

Ce y Max reaccionaron antes que yo y me apartaron de ellas para comprobar lo que decía Mike. 

-No, no, no, tú también no - sollozó Max. 

Era cierto, había bastante sangre. Fue al mirar hacia la herida cuando empecé a sentirla. Ardía, aunque a la vez se sentía muy fría. 

-¡T/n! - gritó Steve. 

Los que estaban arriba habían bajado para reunirse con nosotros cuatro. Todos se acercaron corriendo a mí. 

-Mierda, joder - soltó Jonathan -. T/n, eh, escúchame. Te vas a poner bien, ¿vale? 

-¡Llama a una ambulancia! - le espetó Steve. 

Nancy salió corriendo, buscando algún teléfono. 

-Dudo que alguno funcione - indicó Lucas. 

-Pero el walkie sí - señaló Mike -. Quizás Dustin pueda…

-¡Inténtalo! - suplicó Will. Se agachó a mi lado mientras Mike buscaba un walkie talkie (si es que con todo lo que había pasado no se había quedado destrozado, que era lo más probable) -. T/n, por favor, no te vayas. Dijiste que siempre estarías conmigo. Me lo prometiste. 

-Sí… Lo sé…

De pronto, hablar era doloroso. Incluso respirar se volvió doloroso, porque al más mínimo movimiento me ardía todo el cuerpo con un latigazo de dolor que empezaba en la herida y se extendía por todo lo demás. 

-¡Tenéis que tapar la herida! - exclamó Robin -. ¿Qué hacéis ahí quietos mirando para ella?

Jonathan se levantó corriendo a por algo limpio con lo que taponar para evitar que me desangrase. 

-Tenemos que sacarla de aquí - decidió Will. 

-Sí, sí - dijo Steve -. T/n, voy a levantarte. ¿Lista? 

-Steve… Tengo frío. Y miedo - una lágrima se deslizó por mi mejilla -. Tengo mucho miedo. No quiero morir aquí. 

-No vas a morir - respondió. 

Sus ojos también estaban llenos de lágrimas, igual que los de Jonathan cuando regresó corriendo con un trapo limpio. Steve me cargó en brazos mientras que Jonathan se encargó de apretar el trapo contra la herida. Todos caminaron juntos hacia la salida, como una secta de la que yo era alguna especie de amuleto. 

-¡Ay! John. Me haces daño. 

-Tengo que apretar, princesa, lo siento - se disculpó él. 

-¡La ambulancia está fuera, con los bomberos! - exclamó Nancy llegando a nuestra altura -. No he conseguido un teléfono, pero supongo que el ruido y el humo alertaron a algún vecino. 

Mike llegó corriendo también, y todos juntos salimos. 

Steve me llevó hacia una de las ambulancias. Había militares también. Se había liado mucho allí, de seguro aquello saldría en todos los periódicos del estado. O, aún mejor, en televisión. 

Steve me dejó encima de la camilla que había delante del vehículo. Me acarició la cara, sus manos estaban manchadas de mi sangre. Cerré los ojos un momento. Estaba tan cansada…

-T/n, eh, eh, quédate conmigo - dijo Steve. Me esforcé por abrir los ojos -. Estoy aquí, nena, estoy aquí. Estás bien, ¿vale? Te pondrás bien. No te duermas.

-¿Cómo ha pasado esto? - preguntó un enfermero. 

-El incendio… se le cayó algo encima y… - mintió Steve, que ni siquiera pudo seguir explicándose. Las palabras se le atascaban en la garganta. 

-¿Ha perdido mucha sangre? 

-Bastante, sí - respondió Jonathan con un hilo de voz. 

-Está grave. Deberíamos llevárnosla ya. 

-¡T/n! - gritó alguien. Mamá se acercaba corriendo a nosotros, alertada por alguien. Sentí un gran alivio al verla con vida. Su cara de preocupación se tornó en una de auténtico terror en cuanto vio la sangre -. ¡Oh, Dios mío! ¡T/n! - me abrazó y me apretó contra ella. Apretó fuerte, como si tuviera miedo de que, si me soltaba, pudiera irme para no volver -. Oh, cariño… Dios mío. ¡Hagan algo! - le gritó al enfermero, mientras se separaba del abrazo, aún sujetándome por los hombros.

-Nos la llevaremos al hospital antes de que pierda más sangre. 

-¿Está muy mal? 

No podía ver la cara del enfermero, pero por la reacción de mamá, supe que las cosas no estaban bien. 

-Mamá - llamé, apenas con fuerza -. ¿Dónde está Hop? 

Nunca lo había llamado así. Cuando mi madre me devolvió aquella mirada, triste y llena de lágrimas, supe que no solo Billy había sacrificado su vida.

Empecé a llorar. Por mi dolor, por el dolor de Billy y por el de Hopper, por el dolor de todos, que los echaríamos de menos. Dicen que solo el amor puede doler tanto, y a mí me dolía muchísimo. 

Mientras me subían a la ambulancia, divisé a Ce. Estaba perdida, como desorientada. No encontraba a su padre. Había jurado protegerla del dolor, pero no había pensado en que, a veces, el dolor llega de otros modos incluso más aplastante, más fuerte, con otro significado. 

No sé de dónde saqué las fuerzas para apartar al enfermero y salir corriendo en dirección a mi amiga. Quizá era aquel instinto protector que había sacado de mi madre.

-¡T/n! - gritó mamá a mis espaldas, pero me dio igual. 

Ce me vio y al principio pareció preocuparse por verme en pie. 

-¿Qué haces? - preguntó -. Necesitas un hospital. 

-Lo siento, peque - sollocé, abrazándola -. Lo siento tanto. 

Ella lo comprendió. Si no encontraba a Hopper, si no encontraba a su padre, era sencillamente porque estaba muerto. Empezó a llorar contra el hueco de mi cuello, con su cabeza apoyada en mi hombro. Las fuerzas que me habían ayudado a llegar hasta allí de pronto desaparecieron, y ambas bajamos hasta quedar sentadas en el suelo. 

Sentí unos brazos que nos rodeaban. En los sollozos nerviosos que se nos habían unido reconocí a Max. Me dejé abrazar por ellas, hasta que sentí que algo se me escapaba. 

Me pesaban los párpados, tanto que tuve que cerrarlos otra vez. Oí pisadas que se acercaban corriendo. Dejé de sentir los brazos de mis amigas rodeándome.

-T/n, no, no, ¡despierta! - exclamó Ce -. ¡Quédate! ¡T/n! 

Aquello último sonó como un grito desesperado de que volviera a abrir los ojos, que me siguió hasta un largo vacío, después del cual todo se oscureció. 

Y ya no hubo más voces, ni gritos preocupados, ni pasos corriendo, ni luces brillantes. 

Solo oscuridad, y el dolor de la pérdida.












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Stranger Things // La Tercera de los Hermanos ByersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora