Orígenes (Ainhoa)

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A día de hoy todavía recuerdo el olor de las flores de las coronas funerarias del entierro de mi abuela.

Para ella, la cocina lo era todo.

Cuando murió, el ultramarinos de la esquina de la calle vació los escaparates y los expositores. No quedó nada, solo polvo y el ruido de su risa haciendo eco en las paredes. Nadie nunca volvió a comprar el local. "No podemos, Ainhoa. Era suyo y siempre lo será".

Sin ella, los vecinos dejaron de saber si iban a tener rosquillas para merendar. O arroz con leche. O requesón. "¡Porque con Gloria, nunca se sabe!".

El día que murió, yo perdí a mi abuela, a mi madre, a mi padre, a mi mejor amiga y a mi profesora de cocina. Pero el barrio perdió a su vecina más ilustre, a su cotilla entre cotillas y a su mejor repostera.

A los 12 me regaló un gorro de cocina con una "G" bordada en hilo dorado. "G" de Goicoetxea, "y con "tx" moñoña, que no te hagan olvidar tus raíces". 3 años después estaba yendo a su funeral. Y solo entonces el gorro pasó a un segundo plano. La cocina pasó al primero. Todo lo demás ya no importaba.

Después de su muerte, Tono fue "la" persona. No era ella, evidentemente, pero supo llenar el vacío que había dejado y que ni mis "padres" supieron llenar. Y eso, para la Ainhoa de 15 años, fue más que suficiente.

En los fogones de "La Tonada" di mis segundos primeros pasos. A la salida del instituto iba por allí a cocinar lo que fuese que se me hubiese ocurrido en Matemáticas, y luego se lo daba a los clientes para que lo probaran.

Cada viernes aparecía en mi mochila un sobre. "Eskerrik asko" y 10 €, o 20, o 5. Porque Tono y "La Tonada" podían no ser ricos, pero sí agradecidos.

Así hasta que entré en la escuela de cocina.

El resto es Hugo, Hugo y más Hugo. Y entonces, Luz. Luz en todos los sentidos.

No hace falta decir que de Hugo a Luz hay como de Vera a la luna. Con él era todo tan Disney de puertas para fuera y tan Stephen King de puertas para dentro, y con ella es todo tan natural tanto fuera como dentro, que hay veces que no es normal. Como tampoco es normal que hace 3 semanas estuviésemos como el perro y el gato, y que desde hace 3 días nos comamos la boca en todos los rincones posibles.

Quiero creer que a mi abuela, Luz, le hubiera caído bien. Al fin y al cabo, la cocina era y es la pasión de ambas. Pero de entre las cosas que comparten, esa no es la más importante. En Getxo, nada más entrar en el ultramarinos, mi amatxi ya sabía cómo estaba por la forma en que daba los buenos días. "Si gruñes es porque has dormido mal, si no dices nada es que respiras por respirar y si hablas es que estás bien". Y eso Luz también lo dice. Es como si fueran la misma persona, como si el mundo hubiese puesto para mi dos anclas en las que ser y estar. Solo que un ancla se fue a la deriva antes de que le hiciese un cabo. Por eso no me puedo permitir perder a la otra, por eso vamos de camino al único lugar de Vera en el que estoy segura de que a mis orígenes no les va a pasar nada.

- ¿Se puede saber a dónde me llevas?

- Ahí. -señalo el local de trasteros, y por un momento juro ver el miedo cruzar por su cabeza-. Luz, no te voy a cortar en cachitos, solo quiero enseñarte algo.

Nervios. Esa palabra y esa sensación que suelen estar ausentes en mi diccionario y en mi vida, pero que hoy están a flor de piel.

- Ven. Entra. -en el trastero 27 solo hay 3 cosas. Y de esas 3, solo 2 son importantes.

- ¿Qué es esto?

- Mi pasado.

- ¿Tu pasado? ¿Tu pasado está en esa caja y en esa bolsa? -asiento-. Me estoy perdiendo.

Todo lo que no nos dijimos | LuznhoaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora