3. Manejar el corazón

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Qué agotador estaba siendo mi día y no eran ni siquiera las diez de la mañana.

Buscaba algo parecido a mi tableta anterior, con la que pudiera adaptarme rápidamente para volver al trabajo cuanto antes. Llevaba una semana sin poder avanzar con lo que debía haber presentado hace días, por ende, sentía mucha culpa de no poder cumplir con mis responsabilidades.

Yazmine, mi mejor amiga y colega, había tomado bajo su ala la mayoría de mis ilustraciones para modificarlas según mis indicaciones. Sin embargo, no podía pretender seguir así por mucho más tiempo cuando ella tenía sus propias tareas.

Salí del último local totalmente desesperanzado. No conseguía una tableta igual a la mía en ningún lugar, lo cual significaba tener que recurrir a comprar una en internet. No lo había hecho hasta el momento porque eso conllevaba un retraso hasta que el pedido llegara a casa, pero, ahora que ya habían pasado numerosos días, me daba cuenta de lo absurdo que era ese pensamiento.

Me sentí sofocado mientras caminaba por las calles aglomeradas de gente. Estaba cansado y frustrado, lo cual no era una buena combinación.

Siempre he preferido los lugares tranquilos, sin gritos ni ruidos demasiado molestos, donde nadie te apresura al caminar ni golpean tu hombro mientras hablan por teléfono.

Aún así, no podía decir que no estuviera acostumbrado a ello. La vida en un país occidental es acelerada; mucho más en un distrito como Manhattan, donde abunda el turismo, el negocio y el espectáculo. Los años aquí habían cambiado mi perspectiva hasta convertirse en algo cotidiano, aunque en realidad no fuera de mi preferencia.

Sin embargo, no todo era correr en Nueva York.

Como alguien que siempre ha encontrado placer en la tranquilidad y los espacios verdes, el Central Park era mi lugar favorito de la ciudad. Allí podía tomar ese respiro que necesitaba, recostarme a mirar el cielo y dejar que el tiempo pasara como si nada más existiera.

Dirigí mis pies hacia allí. Pasé por los puentes y las calles simplemente disfrutando de la brisa fresca y el día nublado.

Me detuve cuando llegué al Bow Bridge, un puente diseñado al estilo de la era victoriana en el que las parejas acostumbran a pedir matrimonio o a fotografiarse para sus bodas. Apoyé mis codos sobre la estructura y miré el lago que atraviesa el puente.

Mientras me reflejaba en el agua, trataba de pensar con claridad qué pasaba en mi vida. Por fuera, parecía tranquila y sin preocupaciones, pero por dentro era una revolución. Todo estaba reprimido dentro de mí de una manera que no podía trazar la línea entre mis problemas y mis alivios.

A veces sentía que cada decisión que tomaba era un paso en falso, un error, una caída. Eso me llevaba a pensar en que no tenía ni idea de lo que esperaba de mí mismo, lo cual era bastante triste para alguien tan joven. Quizá era así porque fui alguien con muchas ambiciones que terminaron en la nada, o, mejor dicho, que otras personas terminaron por arruinar.

¿Cuántas decisiones importantes se habían resbalado de mis manos y habían caído en el lugar incorrecto?

—Ah, basta de pensar en estas cosas —murmuré.

One, two, one, two... Ugh. —Fruncí el ceño al reconocer esa voz—. Again.

Giré mi cabeza y supe de inmediato quién era de solo ver esos patines con estrellas plateadas. Se deslizaba de espaldas por el puente, con sus brazos extendidos y con la mirada firme hacia adelante. Cada tanto daba un paso en falso y se detenía de golpe, pero volvía a intentarlo una y otra vez.

One, two, one... Shit.

El puente no era apto para patinar. Quise advertirle para que no terminara lastimado, pero, en lugar de eso, me quedé en silencio y lo observé.

Virtus 🛼 | KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora