19. Sin vuelta atrás

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Podía oír el sonido de la ducha de fondo. Jimin ocupaba el baño después de haberme dejado ir primero, por lo que ahora me encontraba con el cabello húmedo, sentado en el borde de la cama y con la mirada perdida en la pared.

Tenía puesta su ropa. Me había prestado algunas prendas de talla grande que guardaba en su clóset, pero que a mí me quedaban justas al cuerpo. Podía sentir su olor en ellas —un aroma entre vainilla y canela, pero natural.

Me sentía muy nervioso, incluso cuando ya habíamos dormido juntos antes. De hecho, eso mismo respondió Jimin cuando le pregunté por qué no preparaba el cuarto para mí solo, teniendo en cuenta que su apartamento tenía habitaciones de sobra.

«¿Cuál es la diferencia? Ya hemos compartido la cama antes», había dicho.

Si lo pensaba, por una parte tenía razón. No debería ser extraño dormir en la misma cama. Sin embargo, las diferencias eran muchas.

No, muchísimas.

Dejé de escuchar la caída del agua e inmediatamente retorcí los dedos sobre el colchón. Jimin iba a salir en cualquier instante, por lo que necesitaba camuflar de alguna manera la crisis sexual que estaba teniendo.

Sí, sexual. Ese era el problema.

Es decir, ¿qué se suponía que íbamos a hacer en una cama cuando nos habíamos tocado en un callejón como si quisiéramos que pasara allí mismo?

Unos minutos después, Jimin volvió a la habitación vestido con una bata blanca que le llegaba hasta por encima de las rodillas y secando su cabello con una toalla azul.

—¿Estás cómodo, Koo?

—Mmhm, sí.

Me sonrió y no pude hacer más que corresponder con el mismo gesto. Extendió la toalla sobre el respaldo de la silla antes de acercarse a mí.

Apoyó la rodilla en la cama y colocó ambas manos alrededor de mi cuello para besarme. Pensé que sería algo suave, casto, pero pronto rompió todos mis esquemas cuando sentí su lengua delinear mi labio inferior.

No lo entendía. ¿Acaso estaba intentando...?

No.

¡Claro que no!

Era mejor mantenerse cauto y no actuar de forma precipitada. Una mala interpretación de la situación podía llevar todo a un mismísimo desastre.

Decidí tomar un poco de distancia y bajé la cabeza para no mirarlo a los ojos.

Sus dedos viajaron por mi cabello para peinarlo hacia atrás y luego acercó sus labios a mi frente. Dejó un beso suave allí, y yo me sentí flotando en una nube. Todavía no podía creerlo por completo, ni siquiera cuando podía sentirlo tocando mi piel.

—¿Puedes ayudarme con algo? —susurró—. Por favor.

—¿A-ayudar? —tartamudeé—. ¿Con qué?

—Después de los entrenamientos debo usar una loción que me ayuda con los dolores musculares —dijo—. Claramente no llego a ponerme en la espalda por mi propia cuenta, así que siempre le pido ayuda a los chicos. —Me miró—. ¿Te molestaría hacerlo tú esta vez?

Por supuesto que acepté, ¿cómo podría negarme? No era una tarea complicada, y si se trataba de ayudarlo a él, entonces era capaz de aceptar cualquier cosa.

Jimin no demoró más de un minuto en ir a buscar la loción al baño. Cuando volvió, se sentó con la espalda recta y las piernas cruzadas en mariposa. Gateé por la cama hasta quedar detrás de él y derramé el producto en mis manos.

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